“Se necesita un Trujillo” es una expresión de los que no conocen la historia, de quienes han dejado de creer en la democracia y las normas y tienen una fuerte influencia del pensamiento autoritario.
Este pensamiento ha calado en parte de nuestra población, dentro de la cual parecen inscribirse los menores de octavo curso, destinatarios del estudio internacional de “Educación Cívica y Ciudadana” (2016), hecho público el año en curso y que incluyó a adolescentes de Chile, Perú, Colombia, México y la República Dominicana.
La señalada encuesta evidenció una base mental no democrática en un importante porcentaje de los menores cuestionados.
Algunos de los resultados arrojan que muchos de estos jóvenes estudiantes estarían de acuerdo con un gobierno dictatorial si trae orden y seguridad, igual que estarían conformes con que los funcionarios públicos ayuden a los amigos dándoles empleos.
En este marco de degradación de los valores cívicos y ciudadanos debe verse el hecho de que el nieto del dictador Rafael L. Trujillo, Ramfis Domínguez Trujillo, haya encontrado seguidores en el país y en Nueva York y hasta haya podido comprar un partido para a través de él canalizar su inviable participación en las elecciones de 2020 como candidato a la Presidencia de la República.
Si bien la inadmisible mirada hacia el trujillismo o hacia la dictadura encuentra una de sus razones en las traumáticas gestiones que han llevado a cabo los gobiernos que advinieron después del ignominioso golpe septembrino contra el profesor Bosch (1963), esas frustraciones no justifican en modo alguno que personas dentro de nuestra población madura sientan nostalgia por los años oprobiosos del trujillato, ni tampoco que una importante porción de nuestros jóvenes se aislen del quehacer por una mejor sociedad y se hagan abanderados de la antipolítica.
El hecho objetivo referente a la amplia corrupción del actual gobierno y de la mayoría de los que lo han precedido, su falta de autoridad, la abyección de los partidos del sistema y la cada vez más evidente incapacidad de instituciones en claro proceso de desinstitucionalización, no son excusas para bajar las banderas y desistir de los principios cívicos y de los deberes ciudadanos.
La generación joven se confronta hoy a una sociedad distinta, a una sociedad que cambia con celeridad. Gran parte de ella vive atraída por el móvil (celular), por la moda, por la apariencia, por el tatuaje, por el “bonche” y la ingestión de alcohol.
Hoy no vivimos los tiempos de la revolución cubana, ni de los ascensos y caídas de las dictaduras militares en América Latina.
Esto ayuda a entender la no militancia política (y no digo partidaria) de muchos de nuestros jóvenes. Pero lo que no se puede entender ni justificar es la existencia de jóvenes indiferentes ante los males sociales y desinteresados en una mejor sociedad.