Corea del Sur.- Los Juegos Olímpicos de Invierno se clausuraron el domingo prácticamente como empezaron, con un desfile de deportistas destacados y mientras los representantes de tres naciones con décadas de enemistad entre sí compartían un palco de dignatarios… y un potencial camino hacia la paz.
El prominente funcionario norcoreano Kim Yong Chol, el mandatario surcoreano Moon Jae-in, así como Ivanka Trump, hija y asesora del presidente estadounidense, se sentaron dos filas detrás de los aros olímpicos, que simbolizan la paz y la unidad internacional.
Estaban cerca uno del otro, pero no pareció que Trump y Kim se comunicaran. Todos atestiguaron un espectáculo alegre y elaborado, que marcó el final de los Juegos de Pyeongchang.
Incluso mientras numerosos bailarines participaban en escenificaciones relativas a la cultura y la música surcoreana ante una multitud, la oficina presidencial de Corea del Sur emitió un escueto comunicado, en el que indicó que Pyongyang había expresado su disposición a sostener conversaciones con Washington.
El Norte tiene «amplias intenciones de sostener conversaciones con Estados Unidos», de acuerdo con la oficina. La delegación norcoreana coincidió también en que las relaciones «Sur-Norte y Norcorea-Estados Unidos deberían mejorar en general», indicó la oficina de Moon, conocida como la «Casa Azul».
Justo antes de declarar clausurados los Juegos, Thomas Bach, presidente del Comité Olímpico Internacional, habló de la cooperación intercoreana.
«Los Juegos Olímpicos son un homenaje al pasado y un acto de fe en el futuro», indicó Bach. «Con su desfile conjunto, ustedes han compartido con todos nosotros su fe en un futuro pacífico.
Han mostrado que nuestro deporte une a la gente en nuestro mundo tan frágil. Han mostrado cómo el deporte construye puentes».
Fue un extraordinario desenlace de unos Juegos Olímpicos extraordinarios que incluyeron excelencia deportiva, sorpresas y un atisbo inesperado hacia una distensión en la Península de Corea.
Deportistas emocionados entraron desfilando en el estadio, rodeados por banderas de todo el orbe, y relajados después de mostrar sus mejores capacidades a ellos mismos y al mundo.
Estaba previsto el hecho de que el tema político resultara relevante durante estos juegos, en vista de las rivalidades en la región.
Corea del Norte, Corea del Sur, Japón y China son vecinos con historias milenarias y conflictivas, que en el mejor de los casos mantienen relaciones algo incómodas en esta peculiar zona del planeta.
Pero hubo algo más. Sobre los Juegos se proyectaba el riesgo —u oportunidad, si se quiere— de una delicada danza diplomática entre las dos Coreas, divididas por el derramamiento de sangre y la discordia, así como por una frontera fortificada, durante buena parte del último siglo Los Juegos comenzaron con una serie de acuerdos de último minuto para que una delegación norcoreana viajara al Sur a fin de competir con una sola bandera.
Algunos lo consideraron imposible, pero el gobierno de Moon no quitó el dedo del renglón. En la ceremonia inaugural, una marcha del Norte y del Sur en su ingreso al Estadio Olímpico dejó sorprendido e inspirado al mundo.
Cautivaron también las animadoras norcoreanas, que acudieron por decenas y aplaudieron en el graderío, con una sincronía asombrosa. Otros espectadores llamaron la atención.
En un palco estaban Moon, el vicepresidente estadounidense Mike Pence y Kim Yo Jong, hermana y enviada del líder norcoreano Kim Jong Un.
Los últimos dos, confrontados por el programa nuclear norcoreano, no se dirigieron la palabra, y el mundo observó la extraña escena.
Lo que siguió fue una dosis fuerte de diplomacia deportiva. Dos semanas de exposición global para el equipo coreano, particularmente el de hockey de mujeres, que entrenó durante semanas con jugadoras del Sur y del Norte.
Las compañeras conversaron, se tomaron fotos y aprendieron de las otras, las diferentes. El domingo por la noche, aunque el show corrió por cuenta de las estrellas del pop surcoreano EXO, llamaron la atención los políticos, lo mismo que los deportistas.