Pido debida licencia a don Franklin Domínguez para plagiar el título de este artículo, puesto que ningún otro podía describir mejor este período dictatorial por el que atraviesa la República Dominicana, esta vez secuestrada tras la careta de la “democracia”.
Entre la profusión de lilas tejidas en manto que cubren la podredumbre de las aguas en la escasa corriente del río Ozama, testigo siempre fiel del espectáculo de una accidentada historia de quinientos años, se busca un hombre honesto.
El vocablo “honestidad” parece haber sido borrado del vocabulario de las nuevas generaciones, y aun de algunos miembros de las viejas, para adaptarse a modernas y confusas costumbres adquiridas en el vaivén de extrañezas importadas.
El panorama de las ciudades y pueblos del país escenifican una representación insidiosa con la multitud de anuncios, vallas gigantescas y campañas televisivas empalagosas que cual Torre –inclinada de Pisa, con su ladeo detenido por la tecnología moderna, parece siempre inclinarse hacia un solo y único lado de la balanza electoral.
Caminantes con rostros sombríos, temerosos, multicolores, abarrotan las calles barriales. Rostros estos que antaño mostraban una alegre sonrisa, expresión de la inherente felicidad de los dominicanos.
Mientras muchos otros habitantes de vecindarios de clases menos necesitadas parecen moverse de un sitio a otro con la sola vestimenta necesaria para evitar atraer a los atracadores inesperados que se multiplican por doquier.
La musa ahora estéril de algunos escritores alza vuelo rastreando refugios entre la pelusa exuberante que corona el Parnaso, tratando de hallar el tesoro escondido de la honestidad olvidada.
La multiplicidad de anuncios televisivos y de otros medios de comunicación parecen equivocar su función de atraer a las masas, en su lugar causando rechazo con el hastío a los valientes, aunque desencantados votantes, que irían a las urnas por sólo cumplir con un deber ciudadano, porque sencillamente no tienen otra alternativa. Como borregos en fila esperan su turno para votar, algunos con limosnas recibidas antes del sufragio, otros por el escaso deber patriótico que aún queda en la conciencia de un sector de la población anestesiada.
La palabra “honestidad” ha sido sustituida en el país por el despreciable vocablo “corrupción”, que viene de la mano de otros tantos vocablos con origen de bajo linaje, ejemplo de lo cual contamos con: coima o soborno, egocentrismo, hipocresía, doble moral, latrocinio, servilismo, insolencia, indolencia, deshonra, delincuencia, criminalidad, salvajismo, filicidio, matricidio, parricidio, violación, violencia de género, impunidad, ignorancia, desempleo, subordinación y otras más-
Pero ahora, y a pesar de todo, se presenta la gran oportunidad de retornar a la decencia; recurrir a la razón y seguir buscando un hombre honesto.