Marco trabaja en una empresa desde hace dos años. Siempre ha sido muy serio, dedicado y cumplidor de sus obligaciones. Llega siempre puntualmente y está orgulloso de que en dos años nunca ha recibido una amonestación.
Cierto día buscó al gerente y le reclamó que Fernando, su compañero de trabajo, hacía solo tres meses que había ingresado a la empresa y ya había sido promovido a supervisor, pasándole a él por encima.
– Humm! – le contestó el gerente, mostrando preocupación -; pero mientras resolvemos esto, quisiera pedirte que me ayudes a resolver un problemita. Quiero dar frutas al personal para la sobremesa del almuerzo de hoy. En el colmadito de la esquina venden fruta. Por favor, averigua si tienen naranjas.
Marco se esmeró en cumplir con el encargo y en cinco minutos estaba de vuelta.
– Señor, sí tienen naranjas para la venta.
– ¿Y cuánto cuestan?
– ¡Ah! No pregunté por eso.
– Ok, pero… ¿viste si tenían suficientes naranjas para todo el personal?
– Tampoco pregunté por eso, señor.
– Bueno, siéntate un momento-. El gerente cogió el teléfono y mandó a llamar a Fernando. Cuando se presentó, le dio las mismas instrucciones que le diera a Marco. En diez minutos Fernando estaba de vuelta.
– Señor –dijo-, tienen naranjas, lo suficiente para atender a todo el personal y si prefiere también tienen guineos, lechoza, melón y mango. En este papelito anoté los precios. Me dicen que si la compra es por cantidad nos darán un descuento de 10%.
He dejado separada la naranja, pero si usted escoge otra fruta debo regresar para confirmar el pedido.
El gerente se dirigió entonces a Marco, que aún seguía esperando estupefacto, y le preguntó:
– Perdón, ¿qué me decías?
– Nada, señor, eso es todo, con su permiso.