No siempre resulta fácil exponer nuestro criterio. Culpa, en parte, de la temporada que vivimos. Al tratarse de una época festiva como la Navidad, el énfasis debe hacerse en lo amable, lo positivo, en las bienaventuranzas. Es lo que muchos creen.
Me viene a la mente otra conmemoración religiosa, la Semana Mayor. Si uno cierra los ojos, puede que recuerde que predominaba un profundo silencio en todas partes.
La gente iba a las iglesias y procedía con comedimiento y respeto. En la radio se escuchaban interpretaciones de los maestros universales y en la televisión se transmitían viejas películas sobre el sangriento periplo del hijo de Dios.
Todo cambió. Las preferencias y actitudes fueron sacudidas por la modernidad. La TV por cable irrumpió en nuestras existencias, el internet, la telefonía universal, en suma, la globalización. Un mundo que evolucionaba despacio empezó a transformarse de manera abrupta.
La pregunta crucial es hacia dónde nos dirigimos.
En esos entonces existían muchas cosas reprobables como también una presencia vigorosa de los valores tradicionales. Es lo que recuerdo de mis años en el colegio Don Bosco, en el Loyola y el Calasanz y en la Universidad Autónoma de Santo Domingo.
Quien aprecia el panorama de lo que era la sociedad dominicana de mediados y finales del siglo pasado y la sociedad moderna, post moderna o contemporánea, como quiera llamársele, es natural que sienta un estremecimiento o el impacto que produce una película de horror.
El peso específico de la presencia ciudadana se ha reducido. Fenómenos como la Revolución del 65, el rechazo al golpe de Estado de 1963, la sistemática oposición y la rebeldía de la juventud contra los gobiernos de Joaquín Balaguer y los desbordamientos del oficialismo nos resultan lejanos, distantes.
Esa cierta unidad de propósitos, esas contradicciones tan definidas, esa identidad común, se ha deshecho. O, gradualmente, la han degradado de manera sistemática.
¿Cómo no recordar aquellas actitudes del viejo patriarca al que tanto adversamos y al que los banqueros acosaban en Washington para que aceptara los préstamos masivos de la banca, mientras este, tozudamente, se empeñaba en edificar las principales presas, remodelar las ciudades, construir las grandes autopistas, los canales de riego, los planes masivos de viviendas, la revolución en el agro con el ahorro interno?
Numerosas manifestaciones enaltecedoras de entonces han quedado atrás. El panorama es otro. Amanecemos con la noticia de que una anciana de 95 años fue violada y maltratada, de que un sicópata asesino descuartizó a un niño de tres años, de que mataron tres, cuatro mujeres y dos serenos, de que en montes y descampados aparecieron tantos cadáveres, de que se produjeron cinco o seis suicidios y decenas de robos, atracos y crímenes.
¿Optimismo en estas navidades, por el nacimiento del niño Jesús, por el año nuevo que viene en camino? Lo lamento, pero no.
Este mundo que vivimos es peligroso, perverso, malvado, cruel. Un consejo que nunca sobra: cuídese y cuide su familia en estos días. Cuidémonos. Satanás está de fiesta por esas calles que una vez fueron de Dios…