Tras otra sequía, las lluvias no bastaron para llenar las presas. ¿Dónde va tanta agua? Recordé un titular del ancho de la primera página que hizo Germán Ornes hace décadas en una situación parecida: “¡Agua, agua por doquier; mas no hay para beber!”.
Ahora, con el Covid19, no es sólo beber e irrigar sembradíos, sino cuán indispensable para combatir la pandemia resulta el agua, para lavar manos y preservar la salud. Ante las exigencias de adaptación por los peligros del virus y los cambios climáticos, ¿estaremos los humanos como sapos en una olla de agua tibia, con el fuego subiendo para hervir, sin que el maco brinque, porque se va acomodando hasta sancocharse? A diferencia de esos anfibios de sangre fría, la gente posee menos tolerancia a los cambios extremos.
Esa poca sensibilidad la tenemos en la piel. ¿Y en la mente? ¿Estará la humanidad metafóricamente echada en el fondo de un bullente caldero, viendo plácidamente los enormes cambios ambientales y los peligros del Covid19 como si fuésemos unos felices sapos?