De haber tenido una población exigua, de unos 70 mil habitantes para el año de 1821, Santo Domingo ha venido a ser de unos diez millones.
Si Haití tiene otros tantos la isla contiene una carga humana que pasa de los 20 millones.
Desde luego, con un uso apropiado de la tierra, la reorientación del endeudamiento hacia el gasto de capital en ambos países, puede soportar unos 40 millones.
Taiwán tiene más de 23 millones en un territorio de 36 mil kilómetros. Sabemos que Santo Domingo tiene un territorio de 48 mil 311 kilómetros cuadrados y que Haití tiene 27 mil 750 kilómetros, de donde se concluye con facilidad que la isla tiene unos 76 mil kilómetros.
El tiempo ha obrado a favor del pueblo dominicano.
Haití tuvo un momento primordial en su historia, hizo la revolución y se estancó. Sus líderes políticos se dedicaron a edificar reinos e imperios, como el de Soulouque, al estilo europeo, pero fueron incapaces de idear una estrategia para el desarrollo material, social e intelectual de su pueblo, el cual ha sido una cosa arrastrada por su élite, que no ha podido liderar la transformación de las duras condiciones heredadas, tanto por la composición racial y social, como por animadversión de las naciones europeas que debió soportar.
La frontera terrestre entre los dos pueblos ha venido a ser más corta después de la invasión de 1822 y de lo que hicieron sus gobernantes tras la separación para quedarse con algunos territorios que el pueblo dominicano de entonces, sus líderes, reclamaban como patrimonio porque habían sido de la colonia española en la isla.
En cambio, la frontera social fue al principio más grande a favor de Haití, hasta que empezó a cambiar en el último quinto del siglo xix y no ha dejado de avanzar del lado dominicano mientras del lado haitiano se estancó. ¿Es favorable esto para el pueblo dominicano? No lo es.
La inmigración ha beneficiado a Santo Domingo, que de haber tenido hace 200 años una población exigua hoy día puede equiparse con la de Haití.
En muchos casos los inmigrantes han sido mano de obra, pero también inversionistas como en los días de Lilís por los efectos de la Guerra Grande en Cuba.
En cuanto los pobres de solemnidad, unos traídos y otros allegados por su esfuerzo, algunos para engrosar cordones de la miseria en comunidades marginales, otros a tratar de ir adelante con el aprovechamiento de las oportunidades que se abren para los dominicanos con los que comparten en los estratos más cercanos a la base social, aportan, pero expuestos al menosprecio.
La peor parte en esta ecuación se la llevan los haitianos, esencialmente por el peso histórico, la competencia vital y una frontera social desfavorable.