Cuando era un adolescente El escribidor se enredó en una pelea a los puños con un muchacho de batey acaso de su edad. Cuando los apartaron de su boca salió una palabra dura: ¡Vete a tu país pan quemao! Aquel joven, en realidad, no podía irse a ninguna parte, y lo de “pan quemao” le llegó porque de su boca había salido, a modo de insulto, “¡cállate pan blanco!” cuando El Escribidor pedía que los dejaran pelear.
Su país, en el contexto de la riña, por el color de la piel y sus maneras, debía de ser Haití, que era el de sus padres en la medida en que el Estado haitiano los tuviera registrados o el Estado dominicano pudiera imponerle el cumplimiento de la obligación. Si vivían el desamparo estatal, eran haitianos en la medida de la cultura y del amor por su país.
La actividad económica alrededor de la que organizaban su vida al llegar a Santo Domingo, como braceros, terminó por envolver a muchos de ellos en la trampa vital del batey, la zafra, el tiempo muerto y un entorno geográfico y humano regularmente hostil con su apariencia, su cultura y su actitud hacia la naturaleza y la propiedad.
El origen rural del haitiano enviado a Santo Domingo para el trabajo en las plantaciones de caña de azúcar debe de haber distorsionado la visión general del pueblo dominicano acerca de Haití y sus habitantes, pobres, y hasta muy pobres, como muchos pobres de los barrios y de los campos dominicanos, que hasta hace unas cuantas décadas iban descalzos, tenían poca y hasta muy poca ropa para vestir, y hoy miles viven todavía en casas con pisos de tierra, se cargan de hijos, todos comparten una habitación y hablan un castellano limitado.
De todos modos, un dominicano medio podía establecer una comunicación fluida con un dominicano pobre o muy pobre, no así con un haitiano de batey. Ni siquiera el dominicano que compartía con ellos el trabajo en los campos de caña se confiaba demasiado. ¿Por qué? Porque se interponía la lengua criolla de Haití y el habla como barreras, creencias, higiene, sexualidad, alimentos, la forma de prepararlos y la actitud frente a la muerte.
Desde los años 50 del siglo pasado a Santo Domingo eran enviados miles de haitianos para la industria azucarera. La demanda de mano de obra de este negocio bajó, pero se abrieron otras actividades demandantes de trabajo muscular, la denominada industria de la construcción, y se quedaron en masa.
El haitiano de la mano de obra puede ser de origen rural o aldeano, trabaja como peón, cruza la frontera de la tierra de manera informal y con el tiempo se ha dedicad o a otras actividades, como la venta al pregón, concho y motoconcho; la frontera de la cultura es otra cosa. La frontera terreste divide la isla en países, pero el haitiano de la ve de frente; el dominicano… le da la espalda.