Ciudad primada de América y, privada del derecho de ser bella.
Hace poco conocí a un español que me dijo: «Santo Domingo es la ciudad más fea que he visto en mi vida». Frené hasta la respiración cuando escuché salir de su boca y con acento castellano algo que honestamente, nunca había pensado. Este español colonizó un nuevo pensamiento en mí.
Automáticamente comencé a ver con ojos más críticos, a mi ex-hermosa ciudad más bella. Noté la basura, el desorden, las pocas aceras, el deficiente sistema pluvial, las calles sin asfalto, la mala organización urbana, los monumentos sin mantenimiento, las pocas áreas de recreación familiar, la poca iluminación en las calles, la inexistencia de ciclovías, en fin, vi mi casa y me di cuenta que estaba convertida en un desastre.
Amor no quita conocimiento, pensé. Tenemos todos los elementos necesarios para hacer de Santo Domingo un destino turístico integral y sostenible. Estamos rodeados por el hermoso mar Caribe, somos tierra de gente carismática, colorida y con una emocionante historia. Es penoso y vergonzoso que teniendo todos estos elementos no hemos logrado que nuestra ciudad se desarrolle para que cuando vengan los turistas se lleven una buena impresión de la primera ciudad de América.
La ciudad de Panamá, Lima, La Habana, Bogotá, entre otras, tienen biodiversidad urbana, llevan a cabo modelos de ciudades sostenibles y diversas, con un sistema urbano eficiente y un modelo de gestión coherente. ¿Cómo lo lograron? con VOLUNTAD.
Tal vez la razón principal por la que Santo Domingo se ha convertido (como diría un buen dominicano), en «un arró con mango” es porque tuvimos un crecimiento expansivo, acelerado y desorganizado. Es necesario implementar otro modelo de ciudad, y esto es urgente. Cada vez somos más personas concentradas en la capital, todos usamos vehículos para transportarnos, nadie camina (no los culpo, no hay condiciones físicas ni garantía de seguridad para esto), pocos quieren utilizar medios de transporte alternativos como motores, bicicletas, Trikke, patinetas, patines, (tampoco los culpo, no hay aceras para poder hacer esto con tranquilidad y seguridad).
Un modelo de ciudad diversa es el que mejor se adapta a nosotros. Permite tener una vida social cohesionada, ahorrarnos tiempo, recursos, energía, suelo, materiales y contribuimos a la preservación de los sistemas naturales. ¡Pero esto tiene que ser ya!
Hello! el planeta se está calentando. Usemos nuestra propia energía para movernos.
¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI, donde enfrentamos el más fuerte fenómeno ambiental, todavía en nuestra ciudad no se ha instaurado un sistema de transporte ecológico como lo son las bicicletas? Salir en este medio de transporte casi es un deporte suicida, ya que no existe cultura ciudadana de respeto hacia el ciclista, mucho menos condiciones físicas para poder transitar libremente en una bici, sin dejar de mencionar, que son pocos los locales comerciales que contemplan estacionamientos para ciclistas.
Para algunas cosas somos muy adelantados, pero para otras… ¡bueeeno! Si cada dominicano empezara a utilizar bicicleta para ir a lugares cerca de su casa, o caminar en vez de pedir un “delivery” del colmado, poco a poco marcaríamos una notoria diferencia. Los beneficios de usar nuestra propia energía para transportarnos, son tantos, que no me darían los caracteres de este artículo para enumerarlos. Animémonos a utilizar nuestra propia energía, que esa nunca se agota, el planeta sí.
Nueva ley de tránsito, a ver qué pasa
La nueva ley de tránsito promete ser positiva. Al parecer damos un pequeño paso hacia el orden y disciplina en el tránsito. Dígase: los famosos padres de familia (choferes de carros públicos), que enfilen y anden derechitos, porque al parecer se les está acabando el circo que tienen en las calles y el caos que orquestan con tanto ímpetu cada día. Prenderé velas para que las autoridades cumplan a cabalidad con esta ley y como resultado traiga un poco de orden en el tránsito dominicano.
Como ya me cansé de escribir y tal vez ustedes de leer
Agradezco esta “semilla de la duda” que sembró aquel español en mi cabeza. Aquella que transformé en este humilde escrito, con la esperanza de que se multiplique en el pensamiento crítico de todo aquel que dedique su tiempo a leerlo.
Si tenemos todo lo necesario para convertirnos en la ciudad más bella del mundo, entonces, ¿qué esperamos para empezar?