En estos días han iniciado los trabajos de remozamiento integral del parque ambiental Núñez de Cáceres, y aunque para algunos pueda parecer una obra más, para quienes miramos la ciudad con ojos críticos y sin pasiones partidarias, este proyecto representa un mensaje claro y es que Santo Domingo está intentando regenerarse, volver a respirar y recuperar espacios que nunca debió perder.
Hablamos de un pulmón urbano de 18,000 metros cuadrados, enclavado en una de las arterias más transitadas del Distrito Nacional, que por años sufrió el abandono silencioso con el que solemos castigar nuestros espacios públicos. Hoy, en cambio, este parque se convierte en el escenario de una colaboración virtuosa entre el sector privado y el Ayuntamiento del Distrito Nacional, demostrando que cuando la ciudad se asume como causa común, las cosas comienzan a moverse.
La intervención es profunda y ambiciosa; mejorará la infraestructura, la seguridad, la accesibilidad universal, la iluminación y sumará nuevas áreas recreativas y deportivas para todas las edades. Es decir, devolverá al parque los verdaderos propósitos ser un punto de encuentro, un espacio de convivencia y un respiro verde en medio de una capital que ha crecido demasiado rápido y sin suficiente planificación.
Desde mi visión estrictamente técnica, y sin caer en entusiasmos desmedidos, este tipo de acciones son exactamente lo que Santo Domingo necesita. La regeneración urbana no es un lujo, es una obligación moral y estratégica.
Una capital sin espacios públicos dignos es una capital que expulsa a su propia gente. Y durante décadas, nuestra ciudad ha acumulado deudas que ahora nos pasan factura: aceras invisibles, parques fatigados, arbolado insuficiente, plazas ocupadas, mercados desordenados, y un espacio público que parece siempre a merced del caos.
Por eso celebro, con objetividad y responsabilidad ciudadana, que hoy se estén recuperando parques, construyendo nuevos, interviniendo áreas verdes y sumando esfuerzos como la renovación del mercado de la Duarte, que por sí sola simboliza un antes y un después en la gestión de espacios tradicionalmente abandonados. Todo esto, en conjunto, no son acciones aisladas, pues, componen una narrativa de ciudad que está tratando de reencontrarse con su dignidad.
Santo Domingo es la primera capital del Nuevo Mundo, pero durante mucho tiempo no hemos sabido comportarnos como tal. Nos ha faltado visión, continuidad y un compromiso real con la idea de que una ciudad moderna se construye desde el orden, desde el respeto al peatón, desde la recuperación del espacio público y, sobre todo, desde la accesibilidad.
Una ciudad no es moderna porque tenga torres o elevados; es moderna cuando todos sus habitantes pueden usarla, disfrutarla y sentirse seguros en ella.
El remozamiento del parque Núñez de Cáceres nos recuerda que el desarrollo urbano es mucho más que cemento, es convivencia, salud, igualdad, identidad y orgullo.
Es devolverle a la ciudad su función humana. Es permitir que los niños vuelvan a correr sin peligro, que los adultos mayores encuentren sombra y descanso, que las familias tengan un lugar seguro, que las personas con discapacidad puedan circular libremente, y que el ciudadano promedio sienta que le pertenece algo más que el tráfico y el ruido.
Ojalá este parque sea un punto de inflexión. Ojalá entendamos que Santo Domingo necesita una regeneración urbana profunda y constante.
Y ojalá sigamos sumando esfuerzos públicos y privados para rescatar cada metro de espacio público perdido.
Porque una ciudad que se cuida a sí misma envía un mensaje poderoso: que todavía es posible vivir con dignidad en ella.
La capital más vieja del Nuevo Mundo merece mucho más que sobrevivir. Merece renacer. Y cada parque recuperado, cada árbol sembrado, cada espacio dignificado, es un recordatorio de que ese renacimiento ya empezó.