Hace un año, el 27 de febrero hubo un notorio número de voces reclamando sacar del Panteón Nacional los restos del gran general Pedro Santana.
Como casi todos los héroes de cualquier país, no vayamos a creer que sólo los dominicanos tenemos nuestros Santanas, este adalid de la separación de Haití cometió errores y tuvo debilidades.
Pero, ¿cuál de nuestros próceres no? Duarte pudo haber regresado al país sin pasar veinte febreros exiliado, como volvieron Sánchez y casi todos los demás trinitarios…
Pese a esa plomiza ausencia, su primacía persevera justificadamente.
Pero admitámoslo: sin Santana difícilmente –casi imposiblemente— habríamos podido combatir a los haitianos en las primeras batallas nacionales.
Esa gloria siempre le pertenecerá y negársela por sus posteriores yerros no la borrará jamás. Santana merece estar en el Panteón Nacional de la nación que ayudó a forjar, cuya posterior re-anexión a España la vio como una manera de preservar una dominicanidad menguada por preferirla a un retorno a la ignominia: Haití.
Sin contexto Santana se difumina. Su espada fundó nuestra República Dominicana.
