La expresión del presidente -en momentos en que revelaba al país su renuncia a la reelección- desencadenó un flujo de puestas en escenas y autoproclamaciones tanto de políticos expertos, curtidos, como baratos, improvisados y de poca monta, todos queriendo presentarse como ungidos para proyectar ese atributo.
No faltaron los memes ni las bromas con diversos enfoques en las redes sociales haciendo honor al humor dominicano, a esa ironía tropical tan pegajosa que a veces sólo nosotros entendemos porque es genuina manifestación de nuestro exclusivo universo sociológico y cultural.
A raíz de la cuña presidencial también salieron al ruedo los denominados “influencers” quienes creen tener asegurado un caudal de votos equivalente a la cantidad de seguidores atraídos por los chistes, el repentismo, las ocurrencias y la frivolidad de un exhibicionismo vacío.
Claro, nadie debe regatear la facultad constitucional a postularse de un ciudadano mayor de edad, dominicano de nacimiento u origen, en pleno disfrute de sus derechos civiles y políticos, sea o no un sujeto primario, inculto, analfabeto funcional y hasta payaso.
Aunque algunos se apuraron en hacerse transfusiones de emergencia, especialmente aquellos que, añosos y hartos de hacer lo mismo, no tienen futuro político, lo cierto es que sangre nueva no se vincula a mi juicio con la edad ni con ser emergente o presentar un rostro fresco.
Sangre nueva es tener la capacidad y la decisión para ser disruptivo, revolucionario, romper con el conservadurismo, tener criticidad, independencia, ideas propias, soluciones inteligibles y concretas, implantando una nueva forma de hacer política basada en la transparencia, la ética y la vocación de servir a los demás.
Y eso pasaría por colocar en la hoguera el clientelismo y el populismo, que desde hace décadas funcionan como los soportes del “éxito” de los personajes que han dirigido nuestro destino como nación o que han formado parte de capas políticas con poder de decisión para trazar los caminos de la sociedad.
No basta montarse, con sentido oportunista, en un slogan presidencial para venderse como sangre nueva cuando en esencia se es retrógado, ideológicamente carvernícola y no se entiende que la transformación nada tiene que ver con un tuit viral o un videíto creativo y gracioso circulando por whatsaap.