La cuestión de que el Gobierno patrocine ciertos programas o medios de radio, televisión o internet con publicidad oficial es un tema que merece un debate serio.
Si realmente hay algún exceso de gasto de fondos públicos para comprar lealtades de malos periodistas, ello no debe quedar impune.
Pero el lisio no es solo gubernamental. La pobreza del debate tiene mucho que ver con la falta de independencia o criterio crítico de las denominadas “bocinas” oficiales, pero también con el rabioso compromiso político de muchos periodistas, productores y -¡vaina grande estas nueva especies!- “comunicadores” o “influencers”.
La internet ha devaluado mucho la importancia del periodismo tradicional, al punto que connotados “líderes de opinión” no influyen ni en su casa.
Pero tan grave como comprometer con anuncios a tiguerazos con o sin audiencia es que talentosos columnistas de oposición prefieran corromper el debate público con sandeces, mas procurando adictivos aplausos de su propia claque –querer más causa hipérboles- que de estimular alguna discusión seria.
Cuando el articulista se vuelve predecible también es prescindible…