Salud es poesía; enfermedad es tragedia

Salud es poesía; enfermedad es tragedia

Salud es poesía; enfermedad es tragedia

Por Yanil Sabrina Feliz Pache

En 1948 la Organización Mundial de la Salud (OMS) estableció una definición de salud:

«La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades».

Esta definición es muy socorrida por personal de salud de todos los niveles e instancias donde se aborda la salud conceptualmente. Si tomamos al pie de la letra, esta definición, evidentemente que se trata de una evocación de la musa que la inspira, por lo que pareciera más un verso de quien, sentado al borde del abismo, se explaya en sonreírle al martirio, pero no así a la sociedad insatisfecha en que vivimos.

La salud es un derecho humano fundamental, clave en la esencia de la humanidad misma. Y, aunque es muy proclamada, la lucha es incoherente. Mientras algunos pocos están en sus hogares, relajados y tranquilos, la mayor proporción de la sociedad sufre de alguna dolencia física o mental. Niños con el estómago vacío, que se convertirán (si lo resiste la carne) en adultos también con sus almas vacías.

A los que la providencia divina libera de una dolencia física, padecen problemas mentales, generalmente más tormentosos. Son enfermos. Cuando no se ve lo que afecta al cuerpo, poco puede hacerse y poco se puede ayudar. El enfermo se vuelve un villano, un anormal, muchas veces un depravado y se convierte en un rechazado por él mismo y por su entorno social. Y su estatus no cambia hasta que no se viste de cadáver (y, en ocasiones, eso no es suficiente).

Millones de pobres y de ricos (esos últimos en menor medida) deben añadir como etiqueta a su identidad la de «enfermo».

Que un trago de agua pueda ser un veneno; que la falta de unas monedas no pague una cama de hospital, pero sí un viaje al inframundo; que sobren armas y falten medicinas… deplorable.

Muertes que pueden ser fácilmente evitadas, tan rudimentarias que, si ocurren a nuestro alrededor, se tornan algo inverosímil. No obstante, son el pan de cada día de los grupos desfavorecidos.

Los gobiernos invierten más en la estabilidad de un cuerpo militar o económico que en el de los individuos a su cargo. Invierten en hospitales muy lujosos y en médicos supra especialistas, pero no así en reducir o eliminar las causas de las dolencias.

Si la salud es necesaria para ser un humano, ¿cuántos humanos pisan el planeta? ¿Millones? ¿Miles? ¿Cientos? ¿Decenas?

Mírese los periódicos: verdades escritas con sangre, mentiras escritas con billetes. Un mundo cargado de miseria y corrupción; la ambición y la sed insaciable de poder revisten y elevan como emblema a muchos políticos. Y los pocos que salen de este canon suelen tener tristes destinos: el exilio, la pobreza o la tumba.

Dentro de la misma red de mentiras y dinero surgen batallas nauseabundas, complots, descaros… lo único es que están bien escondidos, son batallas de guantes blancos que se lanzan a la mejilla. Pero son así por un respeto extraño por la posición del combate.

Pero por decorado que esté el recipiente de la basura, el olor de esta la seguirá delatando. Y eso molesta a los que viven en su mismo mundo. Pequeñas tiranías sin declarar, donde el poder fue cedido de antemano.

No obstante, los miserables están tan desarmados y han asumido su condición, lo que hace que se conformen y no luchen por cambiar nada. Se sientan y miran hacia arriba, unos con ojos inyectados de sangre por su impotencia, otros con súplicas; y otros tantos con las manos tendidas, aguardando a ver qué cae.

Quiero poder decir que soy miembro de una humanidad. Tengo la suerte de que, si enfermo, puedo ser atendida. Pero cómo desearía que, para ello, no tuviesen que pagar otros aspectos importantes de mi vida digna. Y que millones de personas no puedan ni siquiera descubrir su enfermedad y ser tratadas. O que sea algo evidente y no se haga nada.

¿Cuándo terminará esta catástrofe? Sólo cuando el pueblo agonizante mire sus  cicatrices, reaccione a su propio dolor y arranque el látigo de las manos del verdugo. Pero ojo, si asume el puesto conquistado, simplemente pintaremos de otro color la misma cara de la miseria. Hace falta retirar las armas de la ecuación. Hacer que nazca la verdadera equidad y democracia: la misma que nos han vendido y nunca nos han entregado.

Ojalá que, algún día, la salud no suene a utopía.

 

*Yanil Sabrina Feliz Pache. Ciudadana del mundo, vinculada por heredad a la salud…