Mucho se está hablando en estos momentos, como suele suceder todos los años, acerca de la necesidad o conveniencia de revisarse el salario mínimo en el país.
Sin embargo, la mayoría quiere ignorar dos temas cruciales cuando se levanta la discusión: la ruta económica para llegar a ello, y si la decisión debe ser salario o sueldo. Veamos.
El primer paso en el camino lógico para la revisión de los mínimos es cumplir con la reforma tributaria. Solo con ello es que el estado sabría si cuenta con la suficiencia de recursos para ampliar el gasto público.
Las actuales circunstancias solo permiten, con gran esfuerzo, atender programas de asistencia social y de salubridad derivados de la pandemia del Covid-19. Pedir más, tal y como algún gremio privilegiado recién reclamó, es absurdo y desfasado.
Luego de estabilizarse las finanzas públicas y tenerse claro de donde vendrían los recursos financieros para enfrentar cualquier posible aumento de sueldos, hay que considerar la reforma laboral.
¿Es real, justo y lógico que un país tan pequeño tenga un sistema fragmentado con 16 tipos de salarios? El trabajo es uno solo y el propósito debe ser que haya un mínimo de ingreso por ese trabajo, no importa donde, cuando o como se realiza el mismo.
Ello nos lleva a considerar si no es tiempo ya que reconozcamos la conveniencia que además de un sueldo mínimo que es una cantidad fija calculado bajo ciertas premisas como las horas máximas por jornada, se establezca también un salario variable en base al valor mínimo de una hora de trabajo.
El país necesita empleos de calidad dentro de un marco que no distingue día o noche, campo o ciudad, empresa grande o chica, sin tantas discriminaciones y fragmentación social.
Estos son temas por discutir para eventualmente poder replantearse un salario o sueldo mínimo acorde con el costo de la vida y una distribución equitativa de las riquezas creadas.