Fue Don Virgilio Díaz Ordóñez- ilustre intelectual, escritor y diplomático petromacorisano- poseedor de una depurada cultura humanista, llegando a afirmar el ilustre intelectual uruguayo Don Enrique Rodríguez Fabregat- a decir de Don Julio Jaime Julia- “era el dominicano más inteligente que él había conocido”.
Una de sus acendradas devociones intelectuales, lo fue, sin duda, el estudio de los clásicos del Siglo de Oro Español, los que recitaba de memoria, y sobre los cuáles llegó a impartir cátedra en la prestigiosa Universidad Norteamericana de Georgetown a partir de Septiembre de 1962, paradójicamente en el momento en que se le comunicaba, por parte de las nuevas autoridades de la más vieja Academia del nuevo mundo, su cesación como catedrático de la misma , de la cual había llegado a ser su Rector Magnífico.
Sus sabias expresiones traslucían su fino humor y gracia natural para ironizar- alta expresión de sabiduría- aún en las más difíciles circunstancias personales. Bastan algunos ejemplos de su rico anecdotario.
El destacado diplomático dominicano Don Ciro Amaury Dargam Cruz, que le trató muy de cerca- nos refería que era costumbre de Don Virgilio decir que un buen diplomático debía estar preparado para recibir “los cables y el Cable”.
El cable- como lo es hoy el mensaje electrónico – era el medio habitual y más expedito a través el cual recibían los diplomáticos las instrucciones de sus respectivos gobiernos. Con ello quería significar Don Virgilio que un diplomático debía esperar – como de ordinario- aquellas comunicaciones que trataban asuntos cotidianos, pero entre las cuáles, desde luego, podía encontrarse la que un día le comunicara que había sido relevado de su designación.
Era, desde luego, el Gobierno de Trujillo, donde no existía un auténtico régimen de función pública pero vale en todo caso la lección- para ayer, hoy y siempre y para todo servidor público: una designación del Ejecutivo no constituye una heredad particular otorgada a perpetuidad.
Un segundo ejemplo del fino humor de Don Virgilio, es la cita que hace Don Emilio Rodríguez Demorizi de una de sus más sabias expresiones, conforme a la cual un cargo público: “no es más que un suspiro entre dos sirenazos…”. Se refería a la sirena instalada en el Listín Diario y que se hacía sonar tanto ante una nueva designación como la cancelación de un empleado público.
La tercera lección de buen ironista de Don Virgilio la encontramos en los albores de su dilatada carrera como servidor del Estado. Se inició en la Judicatura en 1928 y ya en 1932 alcanza la Presidencia del Tribunal de Primera Instancia en San Pedro De Macorís. En este año- ya instaurado el régimen de Trujillo- es forzada su renuncia al cargo al negarse a desarrollar actividades políticas partidistas, a pesar de los reclamos de permanencia en el cargo de los hijos más conspicuos de San Pedro De Macorís. Su lacónico comentario al respecto fue el siguiente : “…Liquidación final: casi 5 años de trabajo intenso; 3, 000 sentencias rendidas honradamente; 8 meses de sueldos incobrables y una renuncia exigida a nombre de Nuestra Señora La Política, Patrona de la República…”.