Saber ganar

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Nassef Perdomo Cordero, abogado.

La semana pasada escribí sobre la importancia que tiene en democracia que los perdedores de las contiendas electorales acepten los resultados adversos.

En muchos sentidos, es esta la medida más importante de la salud de un sistema democrático. Sin embargo, esa es sólo una cara de la moneda.

También es necesario que los vencedores electorales acepten la contingencia de su victoria y los límites que les impone.

Muchas veces se olvida que en democracia las victorias no son definitivas, que el favor de los votantes cambia, no porque estos sean volubles, sino porque las circunstancias que condicionan su voto varían.

De ahí que incurre en un desliz quien asume que la victoria electoral futura está asegurada. Hace daño que esto se olvide.

Pero también hace daño recordarlo y pretender evitarlo. Todo intento por suprimir la posibilidad de que la oposición se organice lo suficiente como para servir de contrapeso no sólo está destinado al fracaso a mediano o largo plazo, sino que lesiona el tejido democrático de la nación. Hay ejemplos actuales en América Latina de este fenómeno.

Las razones por lo que esto es así están indisolublemente atadas a la naturaleza y dinámica democrática de nuestros sistemas.

Lo que legitima los regímenes democráticos es la facultad de los ciudadanos de cambiar el rumbo periódicamente.

Por esto no hay que perder de vista que, en el interín, la oposición sirve para evitar que el diálogo se convierta en monólogo.

Cuando esto ocurre, los gobernantes pierden el norte y los resultados nunca son buenos.

Precisamente porque son caras opuestas de la misma moneda, el Gobierno y la oposición son necesarios para la estabilidad del sistema democrático.

Sus contrastes permiten mantener el grado preciso de tensión interna en el que radica la virtud y la fortaleza de la democracia. De tal forma que ambas cosas, saber perder y saber ganar, son esenciales. El éxito se encuentra en no olvidar ninguna.



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