El auge de las redes sociales ha traído consigo muchos análisis de su efecto en la sociedad y en el discurso democrático.
Sus críticos le imputan permitir la rápida expansión de noticias falsas y bulos, algo que se ha visto potenciado por el desarrollo de la inteligencia artificial en los últimos años. Para mí, sin embargo, entrañan un peligro mayor: la desaparición de la capacidad para escuchar.
Poder escuchar es un prerrequisito absolutamente necesario para vivir en sociedad. Para convivir las personas deben comunicarse y no hay comunicación si uno de los interlocutores no escucha, peor aún si no lo hace ninguno.
Esto es lo que ocurre en las redes sociales, que, al combinar inmediatez y formatos brevísimos, llaman a la respuesta rápida y contundente antes que a la reflexión. Por eso, en ellas los debates suelen limitarse al intercambio de pullas, mientras más aceradas mejor. El formato no premia otro tipo de interacciones.
La influencia de las redes en el debate público tiene como consecuencia que sus lógicas y dinámicas también lo permean. Es decir, que ese tipo de intercambio se convierte en usual fuera también de ellas. Hemos dejado de escuchar en el ágora y en el hogar. Siempre estamos preparados para responder, muchas veces sin tomar en cuenta lo que el otro nos dice.
Eso, evidentemente, muestra una falta de interés no sólo en lo que nos quieren transmitir, sino en el otro mismo. Lo importante es sólo ganar, tener razón, no equivocarse. Y eso, aunque se esté hablando con otra persona, es mirarse al espejo. El interlocutor pasa a ser un fantasma cuya única razón de ser es permitirnos lucir nuestra superioridad.
Así no se puede.
Todo el que ha pasado por la disolución de un matrimonio, de una amistad, de una relación profesional o personal cercana, sabe que es una de las señales de alarma cuando las partes discuten sin escucharse, siempre pensando en lo que quiere responder. Es una muestra de falta de interés que corroe la convivencia. Pasa igual a gran escala cuando discutimos públicamente.
Hagamos una pausa. El año empieza mañana y no debemos desaprovechar la oportunidad para bajar las revoluciones, darnos menos importancia a nosotros mismos, reconocer el valor de los demás, y de su opinión. Seremos todos más ricos con ello.