Desde que Robert Greene publicó, en 1998, “Las 48 Leyes del Poder” han pasado muchas cosas relacionadas con el ejercicio del poder y de la política en todo el mundo, por lo que parte de las ideas que contiene no necesariamente surten efecto en la sociedad del siglo XXI.
Esta obra clásica, de todas maneras, permanece en los anaqueles de connotados políticos, empresarios, académicos y profesionales en general. Aspectos de su contenido no dejan tener relativos éxitos en el campo de la sociología política, la psicología y las empresas, debido a su impacto para “domesticar” en el propósito del logro de cierto control social.
Sin embargo, hoy existe un nuevo paradigma de la información que no se disponía hace dos décadas. La inteligencia artificial vino para quedarse, a través de máquinas que simulan el pensamiento humano.
La gente común tiene acceso, mediante el uso de dispositivos inteligentes, a cualquier volumen de información. Hace rato que está entre nosotros la aldea global que predijo Marshall McLuhan. El dispositivo electrónico es el mensaje, más allá del político, el empresario, el líder sindical o el maestro.
En estos días, por casualidad, buscando otro título, cayó en mis manos “Las 48 Leyes del Poder”. También por casualidad, el libro quedó abierto en la Ley 3: Disimula tus intenciones.
Realmente no pude alejar mi pensamiento de la realidad dominicana, porque tenemos actores que son maestros de la simulación. No se apartan de ella; siguen la misma casi de manera sacramental.
Greene da su criterio sobre esta ley de disimular las intenciones. Recomienda: Desconcierte a la gente y manténgala en la mayor ignorancia posible, sin revelar nunca el propósito de sus acciones. Si no tiene la menor idea de qué es lo que usted quiere lograr, le resultará imposible preparar una defensa. Condúzcalos por el camino de las falsas suposiciones, envuélvalos en una nube de humo y verá que, cuando al fin caigan en cuenta de las verdaderas intenciones de usted, ya será tarde para ellos.
El escritor prosigue: Si en algún momento de su accionar, los demás albergan la menor sospecha de que usted está ocultando sus verdaderas intenciones, todo está perdido.
No les dé la menor oportunidad de darse cuenta de cuál es su juego. Distráigalos con pistas falsas. Utilice una sinceridad fingida, emita señales ambiguas; presente objetos de deseos que los confundan. Al no lograr distinguir lo genuino de lo falso, no podrán discernir su verdadero objetivo.
Actualmente, eso se puede intentar para obtener o mantener el poder, pero sin una real garantía de éxito. La gente se encuentra mejor informada de lo que piensan los líderes.
El conocimiento y las tecnologías han provocado que vivamos en un mundo descentralizado. El poder está también en las empresas que desarrollan el capitalismo financiero, en el cual, lo que importa son las acciones en las bolsas de valores; en los ciudadanos, que han entendido que constituyen sujetos de emancipación política y comunicacional; así como en las libertades, los derechos humanos y la democracia social.
Además, el poder radica en comunicar bien, que es conectarse desde los diferentes géneros y formatos; es narrar correctamente y sin mentiras.
El arte de narrar implica no huir del lenguaje educativo y de la didáctica pedagógica: Hay que aprender de las técnicas modernas que posibiliten ganar los modos como la gente comunica, goza y se expresa.
Y sobre todo que lo que se diga guarde correspondencia con la realidad que viven los interlocutores.
En el siglo XXI, disimular las intenciones puede conducir a los soñadores a despertar con pesadillas.