Parecen lejanos los días en que corrió la sangre en nuestras calles, cuando unos reclamaban y otros rechazaban el retorno de la constitucionalidad.
Meses de gobiernos ilegítimos sucedieron al primer gobierno democrático después de 31 años de dictadura, culminando en la revolución del 24 de abril de 1965, el exilio de sus principales líderes y las tuteladas elecciones de 1966.
Desde entonces, cada cuatro años el pueblo dominicano delega soberanamente el poder en sus representantes. Este 5 de julio volveremos a celebrar libremente la fiesta de la democracia, por la que tantos luchan y tan pocos disfrutan en el mundo.
Abiertos a lo nuevo, amantes de lo bueno y generosos con lo nuestro, los dominicanos tenemos personalidad. Según nuestra Constitución —esa gran desconocida— vivimos en libertad, con privacidad y seguridad, sin que nada ni nadie pueda atentar contra nuestra integridad personal.
Provenimos de familias formadas en libertad y forjadas en el crisol de la dignidad, en las que hombres y mujeres somos iguales ante la ley, estemos casados o en unión singular.
Vivimos en un régimen que busca el “desarrollo humano, fundamentado en el crecimiento económico, la redistribución de la riqueza, la justicia social, la equidad, la cohesión social y territorial y la sostenibilidad ambiental, en un marco de libre competencia, igualdad de oportunidades, responsabilidad social, participación y solidaridad”.
Gozar de igualdad de oportunidades conlleva “una educación integral, de calidad, permanente, sin más limitaciones que las derivadas de nuestras aptitudes, vocaciones y aspiraciones”.
Requiere también de una salud integral, con acceso al agua potable, a la alimentación y al saneamiento, en un medioambiente sano en el que se prevengan y traten “todas las enfermedades”, con “acceso a medicamentos de calidad” y con “asistencia médica y hospitalaria gratuita” para quienes la necesiten.
La igualdad de oportunidades implica, por último, el acceso a empleos dignos y remunerados con salarios justos y suficientes, en los que hombres y mujeres sean tratados con equidad y sin discriminación, en un ambiente de trabajo adecuado, seguro, saludable e higiénico.
Vivimos en un país de soberanía inviolable, con un territorio y un mar territorial pletórico de riquezas naturales.
Con un Estado obligado a proteger nuestros derechos, a respetar nuestra dignidad, a dotarnos de los medios para nuestro perfeccionamiento y a gestionar de manera sostenible nuestro medio ambiente.
Los hombres y mujeres de la República Dominicana estamos comprometidos con nuestra constitución, con el voto, con la preservación de nuestra soberanía, con la sostenibilidad ambiental y fiscal, con el trabajo, la educación, la cultura y la democracia. Cumplir a cabalidad con ese compromiso es el programa más ambicioso que pudiera concebirse.
Haya o no segunda vuelta, a partir del 16 de agosto nuestros nuevos gobernantes y legisladores jurarán cumplir y hacer cumplir nuestra constitución y nuestras leyes. Ejecutarla plenamente es el acto más revolucionario, con el que honraremos pacíficamente el legado de la ilustración, de nuestros padres de la patria y de todos aquellos que dieron su sangre, sudor y lágrimas por la democracia que hoy vivimos.