Revividos

Revividos

Revividos

El hombre entró en pavor. En la vida nunca se había visto envuelto en una situación tan alucinante y dramática. El instinto lo presionó. Quería salir cuanto antes de ese nido de pesadumbre y dolor. No lo pensó mucho y hundió el acelerador del automóvil hasta el fondo.

             —¿Y no escuchó los gritos que desató con su imprudencia? —preguntó el juez.

            —No.

             —¿Y no miró lo que ocurría por el espejo retrovisor? ¿No se dio cuenta de la gran destrucción humana que dejó a su paso?

            —Miré. Sí. Eso hice, claro. Y mi pánico aumentó. Estaba abrumado, con el corazón a todo trote.

             —¿Y por qué?

            —Los cadáveres… Se levantaban del suelo. No sé por cuál razón estaban resucitando… Eran como cien revividos que venían por mí. Corrían, intentaban alcanzar el automóvil. Levantaban las manos, desesperados. Venían dispuestos a todo.

            —¿No leyó los periódicos de ese día? ¿No se enteró por ningún medio que en ese tramo de la avenida había gente involucrada en un simulacro para crear consciencia sobre una catástrofe natural?

            —No.

            —Los rótulos de advertencia y los agentes de tráfico que estaban de servicio en el área, ¿tampoco los vio?

            —No. No, claro que no.

            —Y la radio. Ese día, ¿tampoco escuchó nada en la radio?

            —Si. Eso sí. Música. En el vehículo escucho música. Todo el tiempo. Hay una emisora que solo coloca música clásica. No tiene cortes publicitarios y soy fiel con la programación.

            —¿No vio en ningún momento el cuadrante de filmación? ¿No puso reparo en el estrado de las cámaras que, además, transmitían en vivo escenas y mensajes de gran importancia?

            —¡Dios mío! ¿Qué filmación? ¿Cuáles cámaras? ¿De qué estrado habla?

            —¿Y le informaron por qué está aquí? ¿Sabe de qué se le acusa?

            —No.

            —Las personas que estaban tiradas en el pavimento eran actores. Estaban vivos hasta que los atropelló. Los de la ambulancia y los bomberos también eran actores. Trabajaban en la filmación del simulacro de un terremoto. Aunque con victimas irreales. ¿Tampoco vio eso?

            —No.

            —Levántese del asiento. Manténgase de pie. Obedezca. Manténgase en posición de respeto a esta audiencia. Escuche bien. Yo, en nombre de la ley que represento, lo acuso de homicidio múltiple. Mató a veinte personas con su auto. Pasó por encima de ellos de manera cruel y despiadada. Y, luego, para agravar más su situación, huyó de la escena del crimen. Y por eso lo condeno a treinta años de prisión.

            —No puede condenarme. Soy inocente. No tengo la culpa de nada. Ese día de las fatalidades, y sin proponérmelo, yo también era un actor. El azar me llevó de la mano y entré intempestivamente en el cuadrante del simulacro. Ahora lo veo todo claro. En ese momento perdí el control del vehículo. Hubo una fuerza por encima de mi voluntad que pisó el acelerador. ¿No se da cuenta? Entiéndalo, señor juez, soy totalmente inocente.



Rafael García Romero

Rafael García Romero. Novelista, ensayista, periodista. Tiene 18 libros publicados y es un escritor cuya trayectoria está marcada por una audaz singularidad narrativa, reconocido como uno de los pilares esenciales de la literatura dominicana contemporánea. Premio Nacional de Cuento Julio Vega Batlle, 2016.