Como adelanté en la primera entrega de esta serie, el rol del abogado es de mucha importancia y, en su deber de ajustarse a los requerimientos actuales, el ejercicio de la profesión trae retos importantes: la masificación de la profesión que deriva en la necesidad del desarrollo del talento, la capacitación y especialización, la formación legal continua, el impulso para el cambio necesario de los paradigmas de la justicia tradicional y el ejercicio consciente de su función social.
Los retos del ejercicio del derecho en la actualidad se pueden dividir en los que provienen de las oportunidades y los que derivan de las condiciones. Con respecto a las oportunidades, los abogados tienen el reto de enfrentar la masificación de los servicios jurídicos provocados por la cantidad de profesionales que se suman al mercado constantemente.
Con respecto a las condiciones, los abogados deben enfrentar los retos que provienen de la globalización y los tiempos, necesidad constante de actualización de conocimientos y desarrollo profesional y la cantidad de fuentes que informarán la materia del derecho y, por tanto, el ejercicio profesional.
Con relación a la masificación de los servicios jurídicos, en la República Dominicana, como en todo el mundo, el ejercicio del derecho se ve necesariamente influenciado por la cantidad de profesionales y la calidad de la preparación de estos profesionales.
Es posible considerar, que la cantidad de profesionales del derecho que se encuentran habilitados para ejercer la profesión, influirá de forma proporcional a la cantidad de firmas en el mercado y, en consecuencia, los niveles de competitividad a los que el ejercicio se verá supeditado.
A pesar de este panorama, el exceso de profesionales en la abogacía no es un reto nuevo; sino que ya ha sido abordado por muchos, resaltando el trabajo de Piero Calamandrei, quien en su trabajo “Demasiados abogados” plantea que “al enorme exceso numérico de los profesionales de abogado […] corresponde, como es natural también, un decaimiento de las cualidades técnicas y culturales de la gran mayoría de los profesionales”[1].
Y es que la cantidad de profesionales del derecho no implica necesariamente la conquista del deber ser establecido en las normas respecto del mantenimiento de la institucionalidad, los valores democráticos, de justicia y dignidad. Precisamente este escenario impone la exigencia de calidad y eficacia en el ejercicio de la profesión que demandan las empresas, clientes, instituciones y personas destinatarias de los servicios jurídicos a los que se deberá el profesional, por sobre todo el Estado de Derecho al que se deben.
Al margen de la necesidad de posicionamiento en ese gran mercado, el abogado, debe enfrentar el reto del contexto de la globalización, la modernización de los sistemas y todas las condiciones que genera una justicia más eficaz, inmediata y cercana.
En ese orden, el profesional del derecho debe cambiar el tipo de pensamiento al que se debe para encajarlo a las necesidades plurales de las sociedades actuales y ponderar la aplicación de su técnica en procesos distintos a los tradicionales. Se deben a un ejercicio con visión renovada. Para posicionarse en el mercado, el abogado debe contemplar la transformación constante del derecho de forma vertical, desde lo interno y desde lo externo y, por ello, mantenerse en capacitación constante.
La revolución de las fuentes del derecho para incluir fuentes extraterritoriales y la creación constante de distintos campos de aplicación de las ciencias jurídicas, marca un gran reto también para el abogado.
Las divisiones tradicionales de derecho público o privado, civil o penal, se ve revolucionada por la inclusión de otras ramas, y, por ende, fuentes de derecho que dan respuesta al fin de resolución de problemas que acompañan a la profesión. Como ejemplos, el derecho de los mercados, de la moda, de las relaciones internacionales y otras de vanguardia según las necesidades del momento histórico en el que se encuentra la sociedad.
Ante esto, y como resultado de la pluralización y globalización de los derechos, las áreas de prácticas sobrepasan la posibilidad de que el profesional actual se mantenga capacitado en la misma medida en todas ellas.
Ello implica que el profesional deba especializarse para mantenerse enfocado en el cumplimiento de los criterios de calidad y referencia en alguna o algunas de las áreas de práctica para el ejercicio de la abogacía.
El reto formativo, implica que el profesional del derecho se mantenga en la búsqueda de opciones que pongan al día su conocimiento, que le suministre la habilidades, destrezas y competencias que representen la capacidad y aptitud de responder ante los requerimientos de los clientes y, sobre todo, para poder solucionar sus problemas.
En ese mismo orden, un reto importante con relación a la formación de los abogados, se presenta en la divergencia que por cuestiones del constante cambio se presenta entre la enseñanza y práctica.
La realidad, que no es una realidad óptima, se ve distorsionada por factores externos como fenómenos de corrupción o burocracia e incapacidad técnica de los actores del sistema.
El profesional del derecho se forma teóricamente alejado de la profesión práctica. El reto está en cambiar el paradigma de la formación teórica intangible e incluir la formación práctica y la modificación conforme a esta en los programas de formación jurídica.
Se requiere que las facultades de derecho se preocupen por enseñar y formar de conformidad con las necesidades prácticas y las habilidades y conocimientos requeridos no solo de forma tradicional; sino también de conformidad con las destrezas y competencias que exige el mercado contemporáneo de servicios jurídicos.
Adicionalmente, por el mismo motivo, el abogado de hoy en su ejercicio debe permanecer en constante formación y desarrollo profesional para mantenerse en la realidad que amerita el ejercicio.
Con relación de los medios de comunicación y las nuevas tecnologías, el reto del profesional del derecho se derivará del resultado de la participación de personas no formadas en asuntos técnicos.
Por un lado, se puede presentar la masificación del mensaje erróneo desde el intrusismo profesional, generando como consecuencia la posible tergiversación del mensaje debido y la negación moral de la importancia del conocimiento técnico en el ejercicio de la abogacía.
Por otro lado, el populismo de las materias de derecho, que genera a su vez consecuencias tóxicas al sistema y por tanto, resultados contrarios o tergiversados a las que son técnicamente justificables.
Finalmente, en las situaciones de crisis política, económica e institucional en la que estamos acostumbrados a desenvolvernos, es necesario que el abogado ejerza el rol de su tarea social.
Es que, la abogacía conlleva necesariamente el ejercicio de una función social.
Desde el conocimiento técnico, es deber asumir el rol de defensor de valores, principios y derechos tan importantes como el de democracia, la libertad, la seguridad y la dignidad. En el conjunto social, desde el conocimiento de la labor del profesional del derecho en la medida en que defiende intereses, soluciona problemas y presenta irregularidades, trasciende a la consolidación del Estado.
Esto así porque en la medida en que ejerce, de hacerlo apegado a las condiciones de la profesión, construye el Estado de Derecho y las implicaciones que de ello devienen.
En una próxima oportunidad abordaré las habilidades necesarias para enfrentar estos retos y las cualidades morales y éticas que permiten alcanzar este objetivo.
[1] Piero Calamandrei, “Demasiados abogados”, traducción de José R. Xirau, Ediciones Jurídicas Europa-América, Buenos Aires, Argentina (1960). P. 94