Dos grandes amenazas al desarrollo democrático e institucional del país son la baja calidad en la formación de opinión pública -desde algunos segmentos que detentan el poder mediático- y un ejercicio político que, en casos muy notorios, es la expresión del pillaje de la más baja ralea.
El coctel no puede ser más explosivo, con altos riesgos de socavar los cimientos de la convivencia y la cohesión social con que debe contar una nación para ser sostenible en el tiempo.
La percepción sobre los fenómenos sociales, políticos y económicos de nuestra cotidianidad sigue atada a los “influenciadores” que dominan la audiencia en las plataformas de radio, televisión, impresos y medios digitales.
Cuando estos actores se convierten en oficiantes de la mentira, la diatriba, el chantaje y la manipulación aviesa, construyen percepciones erradas, especialmente en las masas más vulnerables con poco acceso a la educación, al procesamiento correcto de información y limitadas posibilidades de formarse su propio juicio.
En época de falsos profetas mediáticos, siempre dispuestos a disparar con su metralleta lingüística soez, crear confusión es un negocio rentable para los esperpentos que mancillan el periodismo y le arrebatan su misión de servicio público.
Si el resorte de estos truhanes son ciertos políticos con bolsillos hondos para comprar todo lo que puedan, conceder favores y posibilitar negocios personales, entonces asistimos a una degradación total con un gran perdedor identificado: la ciudadanía.
Los nuevos medios, redes sociales, pueden operar como elementos de contraste, pero suelen ser estrellas fugaces y esfuerzo diluido, dadas su mucha inconsistencia, la poca profundidad y la carencia de continuidad en sus abordajes, aspectos que impiden establecer estados de opinión alternativos y más si hasta el silencio y la autocensura tienen valor de mercado.
Este proceso de compraventa de opinión a los ojos de todos ha llegado al extremo – un fenómeno digno de estudio- de ver a periodistas desmintiendo a periodistas y tratando de crear mordazas en nombre de las vacas sagradas que representan.