Un amigo, que en una ocasión atravesaba una situación complicada debido a que, a pesar de ostentar el cargo de ministro, no gozaba en ese momento de la confianza del mandatario de turno por cuestiones de divergencias políticas, me compartió algunas lecciones sobre el ejercicio del poder político.
Le referí que, si no le resultaba mejor presentar su renuncia a la posibilidad de exponerse a sufrir vejámenes de parte otros funcionarios, incluso de menor jerarquía, a lo que me respondió: “En la cultura política dominicana nadie renuncia de un puesto ministerial, a menos que no exista una causa extremadamente poderosa de fuerza mayor”.
A ese funcionario le quedaba claro que una renuncia en cualquier puesto gubernamental no se debe a casualidad, sino a la existencia de una profunda causalidad que no deje el margen exploratorio de una eventual evasiva coyuntural.
La evocación provino ante las renuncias inesperadas del ministro de Economía, Planificación y Desarrollo, Pavel Isa Contreras; y de los viceministros Jeffrey Lizardo Ortiz y Dilia Leticia Jorge Mera, del referido ministerio y del Ministerio Administrativo de la Presidencia, respectivamente. Aunque fueron presentadas en fechas distintas, se conocieron el mismo día.
Aunque no se trata de las únicas renuncias de funcionarios al presidente Luis Abinader, las mismas están revestidas de una connotación o simbolismo distintos a otras, dada la realidad de que los renunciantes no figuran involucrados en acontecimientos escandalosos. Estas contrastan con las que rodearon a Lisandro Macarrulla, del Ministerio de la Presidencia; y Kimberly Taveras y Luz del Alba Jiménez, en el Ministerio de la Juventud.
En términos de la semiótica, que es una disciplina destinada a comprender cómo se articulan los procesos de significación, el significado no resulta el mismo; por lo tanto, la descodificación debe ser distinta con miras a la acción política.
En este punto, tampoco puedo evadir el recuerdo del profesor Juan Bosch cuando popularizó la expresión martiana, al señalar que en la política “hay cosas que se ven y cosas que no se ven, y que las cosas que no se ven suelen en ocasiones ser más importantes que las que se ven”.
Las renuncias de Isa Contreras, Lizardo Ortiz y Jorge Mera no pueden verse simplemente en el plano denotativo del mensaje, es decir, quedarse en el significante; hay que profundizar en lo connotativo de la acción hasta llegar al significado. Naturalmente, para este análisis es imprescindible auscultar los elementos de la intencionalidad, del contexto y del marco referencial que rodean los acontecimientos.
Nadie duda que la actual administración gubernamental no goza de la indulgencia social con que contó durante el período constitucional 2020-2024, motivado a una serie de elementos que carecen de utilidad analizar en esta palestra. Hoy el panorama ha variado; la indulgencia ha desaparecido y la sociedad le muestra mayores exigencias y posturas más firmes frente a la toma de decisiones.
El rechazo frente a la reforma fiscal constituyó la señal más potente de que el Gobierno carece ya de licencia para hacer cuanto le parezca y poner en marcha narrativas con el propósito de mantener una percepción positiva en la sociedad.
Las últimas renuncias a puestos ministeriales también pueden interpretarse como una lectura de desafección política, al considerarse que la administración no es coherente respecto a sus postulados de lucha contra la corrupción y de eficiencia administrativa en la que se fundamentó para que el oficialista Partido Revolucionario Moderno (PRM) ganara las elecciones de 2020.
Sean cuales fueren las lecturas, las referidas renuncias tienen un alto valor simbólico.