La democracia dominicana, relativamente reciente, incompleta y deficitaria en su desarrollo, es mirada por algunos analistas desde la perspectiva del agotamiento global de los procedimientos de representación y legitimación.
Se afirma que es inexorable que abordemos, más temprano que tarde, la renovación de la política, para renovar la democracia.
En nuestro caso, sin embargo, me parece que lo que ha ocurrido es que nunca hemos logrado desarrollar completamente las instituciones y la cultura democráticas.
En realidad todo nuestro sistema político e institucional existe en una relación escindida entre lo que hemos ido disponiendo como marco legal, institucional y normativo, por una parte, y lo que hacemos en la vida diaria, en las rutinas de la convivencia en un régimen pretendidamente democrático.
Siempre estamos por debajo del umbral de lo que disponen las normas que adoptamos, aunque esas normas en muchas ocasiones hayan respondido a un concepto limitado, pobre, de la democracia.
Me parece que si bien nuestro sistema político es una versión limitada o restringida de la democracia, las prácticas concretas, las relaciones de poder, las actuaciones y posturas de los actores sociales y políticos, de los poderes fácticos e incluso de los actores institucionales, ni siquiera han alcanzado a desempeñar a cabalidad lo prescrito por las normas.
Nos caracteriza un déficit de actuación en lo que compete el cumplimiento de derechos y garantías así como de obligaciones y estándares de conducta.
¿Necesitamos renovar la política? Sí, porque nos hemos quedado cortos, no hemos sido capaces de alcanzar los estándares que adoptamos.
Necesitamos renovar la política, que es la dimensión en que construye la voluntad colectiva.
Lo político es la esfera de relaciones en la que se instituye lo público, y lo público es el sistema de acuerdos sobre el interés común.
Y si en algo estamos en déficit en nuestra sociedad es en no haber logrado una dinámica de convivencia marcada por la sustentación y defensa de intereses comunes, colectivos.
Por el contrario, vivimos en una situación de graves deficiencias en lo que respecta a la cohesión social y al predominio de unos intereses colectivos que sean garantía de una convivencia armónica.
Necesitamos renovar la política para construir lo público de una forma diferente. No es posible que sigamos por mucho más tiempo en esta situación de pérdida progresiva de cohesión, de debilidad institucional, de anomia social en la que una relación de cinismo respecto de los deberes y obligaciones se expresa en el incumplimiento de las leyes, de las obligaciones y de las garantías.
Los que hemos asumido la política desde una vocación de servicio al interés común, tenemos que hacer esfuerzos adicionales por renovar lo político, comenzando por renovar o re fundar lo público y lo estatal.