Religión y abuso

Religión y abuso

Religión y abuso

David Álvarez Martín

Una señal relevante de Benedicto XVI y Francisco ha sido el combate intransigente de los abusos sexuales de clérigos contra niños, niñas, hombres y mujeres. Actualmente hay una tolerancia cero contra cualquier caso que es descubierto y documentando, y una atención especial hacia las víctimas.

El espacio religioso cuando es cerrado y cubierto de silencio se presta a todo tipo de violaciones, no solo en el orden sexual, sino también de dominación psicológica sobre personas que buscan refugio en una espiritualidad mal entendida. Una cosa está clara, los espacios eclesiales han de ser abiertos y con libertad, no cenáculos de temor y miedo. La Sinodalidad va en esa dirección y es uno de los frutos más ansiados por los hombres y mujeres que verdaderamente buscan de Dios. Pero no solo ocurre en nuestra Iglesia Católica Romana.

En México hay dos casos destacados, el de Marcial Maciel, cuyos abusos fueron denunciados desde tan temprano como el 1943, tal como señaló el cardenal João Braz de Aviz, prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada, pero la complicidad de muchos actores los mantuvieron ocultos hasta que Benedicto XVI lo enfrentó de manera enérgica. El otro es el de Naasón Joaquín, líder de la iglesia La Luz del Mundo, que purga condena en Estados Unidos por múltiples abusos sexuales entre sus seguidores. En el caso de Naasón Joaquín esa conducta la heredaba de su abuelo y su padre, que manejaban esa religión como un negocio familiar.

Si la espiritualidad, especialmente desarrollada en el ámbito eclesial, no genera respeto por la vida y sanidad de sus miembros, no tiene nada que ver con una experiencia de Dios. Si se destaca entre obispos, sacerdotes y pastores es por su rol destacado a nivel religioso y la pretensión de que son hombres buenos que buscan el bienestar de sus feligreses, pero de hecho, por pura estadística, hay más casos entre laicos, pero eso no genera la atención pública necesaria.

En el caso de la Iglesia Católica Romana no tiene nada que ver con el celibato, como algunos pretenden, porque entonces no habría tantos casos entre hombres casados y clérigos de iglesias que permiten a sus presbíteros y pastores casarse. La sexualidad es un asunto que no es correctamente integrado en la formación espiritual y por tanto se convierte en muchos casos en patologías que hacen mucho daño, incluso fuera del tema sexual, muchas de las conductas autoritarias de clérigos responden a culturas machistas que no son sanadas en la formación de los mismos y la experiencia eclesial cotidiana. Y eso no se resuelve con el silencio.

Se necesitan muchas acciones para sofocar esos procesos violatorios de la dignidad de los miembros de las iglesias. El primero es hablar explícitamente de la sexualidad como parte de la experiencia espiritual para sanar heridas que provienen de malas experiencias en los hogares, las comunidades y las escuelas. Es importante la integración de las mujeres en los procesos de construcción de comunidades eclesiales, tal como está ocurriendo en el Sínodo de la Sinodalidad. El talante femenino activo en posiciones de liderazgo contribuye a sanar las patologías de sexualidades mal entendidas. Y lo más importante es que las comunidades eclesiales sean espacios abiertos, sin secretos, ni autoritarismos, donde todos puedan expresar sus ideas y sus experiencias. Cuando la verdad y la libertad se ahogan no hay vida espiritual.