Confieso que he vivido y aunque no he sido El cristo de la libertad, no tengo mancha indeleble, no he ido al centro de la tierra ni a La cabaña del tío Tom, pero me conformo con haber pasado el Masacre a pie junto a El centinela de la frontera en busca de El oro y la paz.
En Once minutos he leído 20 poemas de amor y una canción desesperada, he visto Cosas añejas y escuchado el Cantar del Mio Cid. Sin embargo, nada es tan triste como El amor en los tiempos del cólera.
Mi vida no ha sido La divina comedia que todos piensan, más bien, parece La odisea de un Don Juan sin Cenicienta. No es fácil vivir La vida en broma cuando sabes que Hay un país en el mundo donde Anacaona y Enriquillo importan tan poco como el Compadre Mon.
Al igual de Bach, sé que Ningún lugar está lejos pero aún no encuentro a Los que falsificaron la firma de Dios, ¿será que andan con Alí Babá y los 40 ladrones intentando dar La vuelta al mundo en 80 días?
Si El general no tiene quien le escriba, por qué habría de preocuparme vivir Cien años de soledad, quizás sea preferible sumergirse en El olor del olvido ante que bailar en La fiesta del chivo.
Pero no, no pretendo aburrirlos narrando los periplos de un Don Quijote contemporáneo, es necesario decirle que no hemos llegado al fin de la historia, por tanto, deben aprender a administrar El capital, Vivir sin miedo y cultivar El arte de la prudencia.