A veces nuestro mundo gira alrededor de muchas personas y cada decisión es pensada y razonada pensando en qué dirán un sinnúmero de ellas, pero nos olvidamos de la más relación más importante, la que tenemos con nosotros mismos.
Los grandes maestros de la sabiduría siempre colocan como primera aspiración la relación con nosotros mismos. Desde Sócrates “Conócete a ti mismo”, hasta Jesús “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, porque lo real es que siempre estamos con nosotros. Vivimos rodeados de personas significativas en nuestra vida, conociendo otras más, algunas con la tecnología las conocemos sólo a través del mundo virtual, pero al final del día siempre te tienes a ti. Por eso ante las elecciones que hago, las posturas que tomo, debo preguntarme ¿Me satisface? ¿Me hace bien? ¿Es lo que quiero realmente? Primero yo, antes que nadie.
Las mujeres somos verdaderas expertas en este arte. Vivimos cargando y salvando a todos, y cuando al final de una jornada terminas agotada, comienzas a seguir con otras cargas, porque es el papel que se nos ha asignado y se espera que siempre estemos prestas a servir. Lo que debería convertirse en una comunidad donde todos colaboremos se transforma en un eje central en el que se espera todo y más de ti.
El poder de la relación con nosotros mismos se transforma en un soporte de autenticidad, porque desde el Ser íntegro podemos transformarnos. Como ejemplo de una vida con sentido, se experimenta y puedes desde allí relacionarte de una manera más satisfactoria con los demás. Cuando no me conozco y no sé decir lo que quiero, la relación con otros se convierte en un reclamo, en insostenible, porque nadie puede darme lo que yo no me he dado.
No es egoísmo, ni mucho menos individualismo, simplemente saber los yo que habitan en mí y en consecuencia ser, con todo lo que eso conlleva. Sin antifaces, sin poses, sólo soy.
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