El Congreso Nacional necesita, urgentemente, una reingeniería. Los diputados y senadores tienen como misión, legislar, fiscalizar, representar, institucionalizar debidamente la nación para que marche rumbo a la democracia.
Requieren de capacidad, amplia visión, objetividad, concentrarse en el bienestar general. Sin embargo, en la práctica hacen lo contrario, produciendo caos y confusión en la sociedad.
Los congresistas deben autoevaluarse. No es cuestión de “atravesar el fango sin enlodarse”. Deben limpiarlo. Con sus actitudes y acciones restan motivación al trabajo serio, al orden. Son lentos para decidir leyes importantes; dan prioridad a entrega de reconocimientos, politiquear, actividades sociales y ejecutar obras que corresponden a otros ministerios, compitiendo con ellos, en lugar de fiscalizar.
Además del jugoso salario que se les paga con impuestos del pueblo, se asignaron un “barrilito”, dinero extra para dedicarse a eventos donde puedan promoverse, exhibirse, para reelegirse. A esto le dedican más tiempo que a su misión.
El Congreso, sin ningún pudor, se ha convertido en una cuna de bebés; un lugar donde inician sus actividades públicas, hijos de destacados funcionarios que no saben ni tomar el biberón en sus manos; también se visualiza como una embajada, que asila evasores de la justicia; es como un botín que heredan familiares de congresistas que, por uno u otro motivo, dejan la curul.
Cuando fallece un legislador o cuando lo designan en otra posición pública, la esposa y los hijos heredan la curul; los ponen en la terna para llenar el requisito.
Tildan de ridículos los que abogan porque sean capacitados, que piensen en una mejor nación, pues ellos llegan a buscar beneficios personales, a levantar las manos y cobrar el cheque.
A un diputado lo pueden designar embajador en Turquía o en el fin del mundo y su esposa será la diputada, la heredera. Son ingenuos los que piensan que el matrimonio se destruirá. ¡No ombe! Es cuestión de ¿cuál de los dos cobrará sin trabajar? La curul es una herencia familiar.
Así visualizo la mayoría de los que hacen nuestras leyes, actuando con criterios personales, no normativos. Cuando están desesperados son capaces de negociar con legisladores inescrupulosos de naciones poderosas, que les fortalezcan sus argumentos; no les importa fomentar la injerencia extranjera, buscan un pedazo del pastel sin importarles el sentir del pueblo ni la soberanía.
Ese es el comportamiento de muchos congresistas, máximos responsables de hacer de esta media islita un lugar donde reine el respeto, la democracia, la justicia, la paz.
Pido a Dios que para las elecciones de 2020 los legisladores y el pueblo comiencen a analizar con objetividad y serenidad, la realidad del país y pensando en el bien común, en los marginados y en los más pobres se armen de valor y decidan con valentía, lo más conveniente para la nación.