Managua, Nicaragua. Semanas atrás, tres académicos vinculados a la docencia política, tuvieron la generosidad de comunicarse conmigo al igual que con otras personas a quienes califican como “de interés” y, de forma enfática, me manifestaron su propósito de sostener lo que denominaron “un intercambio franco de opiniones” sobre “la realidad real” de la República Dominicana.
No niego que reaccioné con cierta extrañeza y mayor suspicacia. Al revisar las credenciales de los remitentes me percaté que se trataba de personas de una relevancia no desdeñable, avalada por una extensa bibliografía, conferencias y encuentros en respetados centros académicos latinoamericanos, europeos y estadounidenses.
Al estudiar algunos de sus juicios y propuestas sentí un natural asombro ante el caudal de datos e información de los que ofrecieron abrumadora evidencia. Despertó mi atención su minucioso interés por la manera de pensar, la personalidad y los “credos ideológicos” del presidente Abinader.
Hice una semblanza del ejecutivo, haciendo énfasis en su serenidad, en sus conceptos sobre la modernización del Estado, enfrentar sus graves deficiencias, las distorsiones que provocan ineficiencia y corrupción y sus tempranas disposiciones encaminadas a transformar la justicia en un poder sin las limitantes que impiden al sistema ejecutar adecuadamente su labor.
El primer tema de agenda se refirió al pasado, presente y futuro posible de la República Dominicana. Calificaron el primero como disfuncional, colmado de expectativas el ejercicio actual y como esperanzador el porvenir.
Se refirieron a aspectos a corregir y enfrentar tales como los elevados índices de corrupción política heredados del pasado mediato e inmediato, la compleja gobernabilidad, el estado caótico de los servicios públicos, la delincuencia común, empresarial y de “cuello blanco”, el voluminoso nivel de tráfico de drogas, la situación de Haití, la deuda externa, y lo que calificaron como “el sistemático irrespeto a la ley y las instituciones”.
Nuestro destino ha oscilado entre dos extremos bien definidos: de una parte, quienes creen en el concepto de Patria, y han procurado volcar sus esfuerzos en el fortalecimiento de las instituciones y una auténtica participación del ciudadano en la creación de su propio destino.
El presidente Abinader está al frente de tales propósitos.
Tal proceder no ha podido consolidarse entre nosotros debido ala conducta de aquellos sectores que, por siglos, han revertido y distorsionado el normal desenvolvimiento de nuestra realidad en su provecho y beneficio.
“Puedo asegurar que, por primera vez en décadas, el país posee metas claras y una decidida voluntad del pueblo dominicano y de quienes lo dirigen de orientar nuestras capacidades, nuestra creatividad y esfuerzos hacia el logro de una sociedad normada por el orden, el progreso, la institucionalidad”, dije.
“La razón es simple: no podemos darnos el lujo de fracasar. Analizar nuestro desenvolvimiento histórico, el mundo que nos rodea y todas las variables estadísticas solo conduce a dos opciones: la más trágica de ellas es la disolución y el caos.
“Estamos frente a una sola opción positiva y determinante. Nos referimos a la institucionalidad sin concesiones, a la erradicación quirúrgica de los vicios que han lastrado la meta común del progreso sostenido y el rescate de la sociedad dominicana de los males que representan la ausencia de conceptos claros en la administración de la cosa pública, el subdesarrollo y, peor aún, la desesperanza.
“Todos los males que se evidencian de manera grotesca en nuestro diario vivir deben ser erradicados o reducidos a su más mínima expresión. Estos momentos que vivimos son de corregir el rumbo y reencontrarnos con nosotros mismos.
“Y que este sea un camino sin retorno, tal y como se evidencia en la conducta del presidente. Es imprescindible consolidar las instituciones y desterrar para siempre los males que han desviado nuestro destino. Debemos instituir una realidad radicalmente diferente a la que hemos padecido históricamente. Y de algo pueden ustedes estar seguros: vamos a lograrlo. Esta etapa bien puede bautizarse como la refundación de la República Dominicana”.