La juramentación el pasado domingo de Luis Abinader en la Presidencia de la República se produce en un contexto históricamente retador, y luego de que su partido cumpliera más de década y media en la oposición.
Esta combinación de factores ha llevado a muchos a ofrecerle consejos sobre qué hacer, cómo gobernar y en quién confiar.
No creo necesario abundar añadiendo los míos. El primer mandatario ya tiene todos los que necesita. Sin embargo, los protagonistas de los últimos días no han sido sólo los políticos.
También la ciudadanía, que ha asumido este proceso con un frenesí que deja mucho qué desear. Pienso que por ello los ciudadanos sí se beneficiarían si no de consejos, por lo menos de planteamientos para la reflexión.
Uno importante es la necesidad de examinar el maniqueísmo con que se asume la vida política nacional.
Los miembros de los partidos y los independientes que simpatizan con uno u otro suelen pecar, con mayor frecuencia que los políticos, de asumir que los suyos son los “buenos” y los otros los “malos” contra los que hay que luchar sin cuartel. Esto no es productivo ni beneficioso para la vida en democracia.
Es cierto que la democracia es la administración del conflicto y no su ausencia, pero la forma en que éste se administre es relevante y puede marcar la diferencia entre su florecimiento y su colapso.
El maniqueísmo dificulta el entendimiento democrático e impide tener una visión mínimamente coherente de la vida pública. Si las cosas no son buenas o malas en sí mismas, sino que depende de quién las haga, resulta entonces imposible impulsar transformaciones de ningún tipo. Desterrar esta forma de ver las cosas es tarea pendiente y necesaria.
La consolidación de la democracia nos costará mucho más de lo que debiera si persistimos en formas antidemocráticas de ver lo público. Y eso pasa por los extremismos aludidos.
Todo gobierno se beneficia de las críticas, puesto que son las que le permiten mantener el rumbo.
Pero las críticas deben fundamentarse en hechos y no en si nos gustan o no los que gobiernan.
De continuar por ese derrotero no dejaremos nunca de dar vueltas ala noria.
Sobre lo que eso implica para los próximos cuatro años, la respuesta es clara: guardar las críticas para lo criticable, y hacerlo con mesura. Este cambio está en nosotros los ciudadanos y es muy importante. Pongámoslo en marcha.