Reflexiones íntimas

Reflexiones íntimas

Reflexiones íntimas

Rafael Molina Morillo, director de El Día

He pensado mucho antes de decidirme a escribir y publicar estas reflexiones, a las que he arribado movido por un impulso misterioso que soy incapaz de describir.

Se trata de cosas y situaciones comunes que nos tocan de cerca en todo momento y que, sin embargo, no reciben de nosotros la menor atención en medio de la rutina cotidiana de la vida.

Ahora me decido a compartir mis inquietudes, animado en parte por un interesante e-mail del señor David A. Guerrero sobre una cuestión parecida.

Me refiero a unos cuantos conceptos que me abruman y por más que trato de encontrarles significado, siempre hay un punto donde me tranco y del cual la limitada capacidad de mi mente no puede pasar. Hablo de los conceptos que hemos bautizado con las palabras “eternidad”, “infinito”, “todo” y “nada”.

Lo que es eterno no termina nunca. Eso lo entiendo, pero ¿cuándo comenzó? Dejando viajar en el tiempo nuestra imaginación hacia atrás nunca llegaríamos al final, porque después de esa meta, tiene que haber algo.

Porque si dijéramos que hay “nada”, esa “nada” ya es algo; y ahí comienza la saga de nuevo. ¿Hasta cuándo, hasta dónde?

Por otra parte, ¿qué es “todo”? Imagine usted la totalidad del universo, con pasado y futuro incluidos. ¿Llegó a algún lado? Seguro que no. Y si llega, tendrá que admitir conmigo que más allá de ese límite quedó aunque sea un “vacío”… pero, otra vez, ese vacío es algo, y por lo tanto, aquel universo que lo tenía todo, estaba incompleto.

Y así hasta la eternidad, hacia atrás, hacia arriba, hacia abajo, hacia delante, en constante e inalcanzable crecimiento.

La eternidad y el infinito andan juntos.

El infinito, como aquella, no cabe en la imaginación. Las palabras “distancia”, “velocidad”, “tiempo” vienen a ser un juego de niños cuando nos enfrentamos a estas grandiosidades y a esto tras profundidades que a mí, por lo menos, me dejan irremediablemente atónito.



TEMAS