Conmemoramos hoy el 53 aniversario del inicio de la gloriosa gesta libertaria de abril. Plasmación de los más puros anhelos de libertad, dignidad y justicia del pueblo dominicano que no pudo por más tiempo permanecer impasible al ver conculcado su sagrado derecho a la autodeterminación con el artero golpe de estado orquestado contra el gobierno democráticamente electo encabezado por el Profesor Bosch después de 31 años de la dictadura trujillista, sangrienta y fatídica.
Siete efímeros meses fueron suficientes, entre el 20 de diciembre de 1962 y el 25 de septiembre de 1963, para que los sectores más intolerantes e intransigentes de la nación, se conjuntaran en perverso conciliábulo, pretextando, como siempre lo han hecho en nuestro angustioso devenir histórico lastrado por la corrupción y el personalismo, la necesidad de “salvar la patria”, forma cínica y velada, desde luego, de afirmar que peligraban sus ambiciones y canonjías personales.
Apoyado por un grupo de partidos derechistas minoritarios, en cuya cabeza no faltaron, incluso, destacados luchadores contra la tiranía, los militares golpistas, en reafirmación de su vocación trujillista, propiciaron la conformación de un gobierno colegiado conocido como “ Triunvirato”, integrado inicialmente por los civiles Don Emilio de Los Santos, Manuel Enrique Tavárez Espaillat y Ramón Tapia Espinal. Al renunciar Don Emilio de Los Santos, fue reemplazado por Donald Read Cabral, llamado desde Israel, donde desempeñaba la función de Embajador.
Tapia Espinal renunciaría más tarde, al entrar en agudas contradicciones con el militarismo mandante, siendo sustituido por el jurista de ascendencia mocana Ramón Cáceres Troncoso, único superviviente de los triunviros al momento en que se escribe el presente artículo.
El último en dimitir fue Manuel Enrique Tavárez, enconado con Cabral y el gobierno al que servía ante los desmanes cometidos contra el extraordinario y carismático líder Manuel Aurelio Tavárez Justo, ejecutado sin el más mínimo respeto a su dignidad de prisionero y hombre de honor, alzado en armas para devolver a la patria su dignidad mancillada.
Fue el precedente contexto, a grandes trazos dibujado, el que condujo a un valioso grupo de jóvenes militares con alto espíritu cívico y recia formación académica, en conjunción con el liderazgo político liberal, situado, muy especialmente, en el Partido Revolucionario Dominicano, a rescatar la bandera del honor y articular las alianzas necesarias para fraguar el golpe encaminado a deponer el gobierno usurpador y restituirle al pueblo sus mancillados derechos democráticos.
Rafael Fernández Domínguez, Francisco Alberto Caamaño, Rafael Molina Ureña, José Francisco Peña Gómez, Miguel Ángel Hernando Ramírez, Manuel Montes Arache, Mario Peña Taveras (que vive aún para alegría de todos y a quien merece ser declarado héroe nacional), Claudio Caamaño, Pichirilo Mejía y tantos otros a quienes nuestra memoria debe perenne gratitud y recordación, fueron los adalides de aquel nuevo y glorioso capítulo de nuestro devenir patrio, del cual conmemoramos hoy el 53 aniversario.
Fueron ellos los que en lucha desigual contra el invasor norteamericano, que cuatro días después de alzamiento, reedita entre nosotros su vocación imperialista, asumieron sin medir riesgos y sin procura de prebendas, la lucha por nuestra maltrecha libertad y nuestro decoro patrio.
Tres generaciones han pasado desde entonces, a juzgar por las teorizaciones de Don José Ortega y Gasset, quien cifraba una generación en paréntesis cronológico de 15 años.
La ocasión es propicia para reflexionar nuevamente en torno a aquella gesta del deber y del honor. ¿Hasta donde alcanza la conciencia de nuestros jóvenes de hoy en lo que respecta a las causas y protagonistas de tan noble episodio histórico; son conscientes nuestras generaciones actuales de las sangre, las ilusiones, las lágrimas y los sudores que ha costado a nuestro pueblo alcanzar la frágil democracia de que hoy disfrutamos y que no ha sido regalo de nadie sino el fruto del desprendimiento de nuestros mejores hijos?
“A cada generación toca su obra”, como diría el gran Eugenio María de Hostos, y la obra de la nuestra no es hoy la de empuñar las armas sino la de librar la batalla incruenta contra la corrupción, la desidia, la falta de compromiso cívico, el irrespeto por lo público y hacer que prevalezca el decoro en la vida pública y privada y alcancemos niveles deseables de justicia y libertad para todo nuestro pueblo. ¿Cabe compromiso mayor a una generación?