En la literatura económica ha prevalecido siempre el interés de establecer la vinculación directa entre crecimiento económico, los niveles de pobreza y la distribución del ingreso como elemento fundamental para explicar la desigualdad económica y social. En tal virtud, los planteamientos se sustentaban para tales fines, fueron el enfoque del economista Simón Kuznets, en el sentido de que el reto económico debía centrarse en alcanzar el crecimiento económico vía la modernización del aparato productivo, lo cual iba a permitir mitigar el fenómeno de la desigualdad fruto de una mala distribución del ingreso.
El enfoque planteado partía de los resultados favorables que se observaban en la mayoría de los países de economía desarrollada, pero para los países de economía emergente lo que se reflejaba era una especie de un escenario invertido, razón por la cual dichos planteados declinaron su vigencia a mediados de la década de los setenta. Las evidencias empíricas demostraban que si bien el crecimiento históricamente ha tenido un cierto impacto positivo sobre la inequidad de los ingresos, pero también es cierto que la inequidad se traduce en un freno para lograr el crecimiento económico, impulsa el detrimento institucional y la ausencia de estímulos al esfuerzo.
A la luz de la razón, se tiene la inteligencia razonable de que la preocupación fundamental de un gobierno ha de ser procurar el bienestar de la colectividad de sus habitantes para mejorar su calidad de vida. En tal sentido, se debe implementar una política macroeconómica orientada a lograr una mayor tasa de crecimiento del producto interno bruto (PIB), dado que se piensa que este es favorable para construir el entorno que auspicie desarrollar los medios para alcanzar el crecimiento de una economía, con ambiente de estabilidad y sostenibilidad en procura de una maximización del bienestar de los ciudadanos, así lo concibe la literatura económica.
Ahora bien, es fácil imaginar que una tasa de crecimiento del PIB resume lo que ocurre en el país en términos de los indicadores macroeconómicos, y la actividad económica en sentido general, capturándose así la producción corriente de bienes y servicios finales valorada a precios de mercado. No obstante, unas de las grandes debilidades del PIB, incompletas, es que no recoge la manera en que la riqueza generada a partir del crecimiento queda distribuida en la totalidad de la población.
Hay que poner de relieve que dentro de las grandes debilidades del PIB es que no recoge el trabajo doméstico, la calidad de vida de manera global no es medible por el PIB, tampoco el nivel de desarrollo que alcanza un país, no mide la situación medioambiental, así como los daños que se ocasiona en los recursos naturales fruto de la actividad económica que se desarrolla, esto es, lo que se denomina externalidades. En adición, la medición del PIB ignora el ocio y no revela el conjunto de los beneficios y costes sociales fruto de la actividad económica, por tanto, estas son razones que demuestran que el PIB limita su utilidad a la medición de la producción que genera una economía, pero para nada mide el bienestar y desarrollo de la población, lo que implica que el crecimiento del PIB no es sinónimo de mitigar la pobreza.
Otro factor importante es la preocupación por el incremento desproporcionado de la poblacional y los efectos del crecimiento económico fruto de que la evolución demográfica resulta cada vez más inconclusa en las economías emergentes, o en vía de desarrollo. En tal virtud, la visión maltusiana de que el grado en que la población se altera rápidamente y la producción de bienes se estanca, está vigente en las naciones y esta es una razón poderosa que se observa en la asimetría entre el crecimiento del PIB y la desigualdad. Por igual, la inequidad en la distribución del crecimiento entre los países ha creado un enorme aumento de los contrastes de riqueza entre los países ricos y los países pobres, lo que en la realidad se convierte en diferencias en los niveles de vida de la población. No obstante, se debe reconocer que el crecimiento del PIB a escala planetaria ha sido un atenuante para que muchos países hayan gradualmente abandonado el lastre de la pobreza, aunque, son miles de millones de seres humanos continúan atrapadas y necesitadas por la precariedad, lo que permite interpretar que el crecimiento económico resulta insuficiente para excluir de la pobreza a la humanidad.
Podemos concluir que el crecimiento del PIB, por sí solo, no produce una relación directamente proporcional con una reducción de la pobreza, sin menospreciar que el mismo contribuye, por lo que se convierte en el principal desafío de la economía. Los economistas recuerdan que hasta Simon Kuznets mostró grandes preocupaciones porque el PIB no fuera más efectivo en la medición del bienestar de la gente.