Como dominicano jamás hemos visto la reelección como el peor de los recursos en la aspiración política de determinado ciudadano.
Pero siempre nos ha preocupado que muchos de esos aspirantes suelan hacerlo recurriendo a todos los recursos a su alcance, aún a expensas de la economía y de los intereses nacionales de la patria.
Sin embargo, en esta ocasión, seguimos sentados en el carro de la fe y de la confianza en que las intenciones puestas de manifiesto en ese sentido por el presidente Danilo Medina no se materializarán a costa de los recursos del erario, de las arcas del horrendo fisco y, menos aún, a expensas de nuestra soberanía.
Todos sabemos de las intenciones de las autoridades haitianas, de algunos organismos internacionales y los intereses que representan como es el caso de la Organización de Estados Americanos (OEA) y su funesto nuevo Secretario General, cuyo apellido lo dice todo, pero nos aterra el pensar que puedan imponerse, por el interés de una reelección presidencial.
Sabemos que el presidente Danilo Medina y gran parte de los funcionarios electos y designados, quieren seguir en el poder, pero el precio jamás debe ser el de sacrificar la soberanía del país, haciendo sucumbir un proceso costoso y valioso como lo ha sido el Plan Nacional de Regularización de Extranjeros.
Miles de asiáticos, europeos y latinoamericanos residen en el país sin llenar los requisitos migratorios o sin completar sus procesos, pero esto no debe ser motivo para detener este proceso por la simple decisión de favorecer a los haitianos.
No hay voto que tenga el valor del país, ni hay decisión que doblegue la firme voluntad de los dominicanos de ser libres e independientes de toda dominación o intervención foránea, cueste lo que cueste.
Aunque haya gritos de guerra o llanto de piedad, el contenido de la sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional y de la ley accesoria 169-14, no debe ni puede ser castrado y el proceso de repatriación, como derecho soberano, tiene que cumplir su cometido, aunque le pese a los pseudos patriotas, a los reyes del mundo y a los dueños del dinero.
Somos dominicanos y hemos sufrido y soportado en forma estoica, con el único propósito de vivir en paz, en una nación libre y soberana, con derecho a comer, a respirar y a producir el sustento de cada día. ¡Qué nadie castre ese bien ganado derecho!