Es positivo el esfuerzo que ejecuta el presidente de la república, el Ministerio del Interior y el actual director en el proceso de modernización y transformación de Policía Nacional, sin embargo, estas iniciativas parecen no se están poniendo en práctica en muchas de las comandancias y destacamento de los barrios de la capital y provincias del país.
Lo que se observa es, que cada comandante encargado de un puesto policial es una isla de poder que funciona según la voluntad particular y el “librito” que desee aplicar el oficial encargado en esas demarcaciones. Un ejemplo de ello es la continuación de las criticadas redadas, apresando a personas y vehículos sin discriminación y sin una estrategia definida para reducir la criminalidad.
Y es en esa decisión particular y antojadiza de un coronel resentido, que se cree “jefe”, donde se encierra un gran peligro. Su aviesa y particular forma de aplicar la ley empaña los esfuerzos del director y de su comandante en jefe, el presidente dominicano. Harto se ha dicho que, muchas veces estos oficiales actúan por cuenta propia o bajo el mando de otro general que entiende merece ser el nuevo director, para con sus “bellaquerías” desmeritar el trabajo de la presente administración policial.
Si estas malas prácticas no son corregidas, los esfuerzos por adecentar la policía nacional y la vida de sus miembros caerá en el vacío, dejará mal parada las actuales autoridades y el país seguirá teniendo un cuerpo del orden que desde la muerte de Trujillo y los nefastos años de Balaguer actúa como mafia que se confabula con sectores de poder y mira con desprecio a las personas de barrios humildes, violando permanentemente sus derechos.
Y sí, aunque se lea feo, cuento esto a partir de una experiencia personal. El pasado domingo aproximadamente a las 10 de la mañana, uno de mis sobrinos fue apresado en medio de una “redada” saliendo de una barbería, a dos esquinas de su casa en el barrio Los Girasoles del Distrito Nacional. El joven andaba con su cédula de identidad, carné de la empresa donde trabaja hace varios años y los papeles de la motocicleta que conducía en orden. Ninguno de estos documentos fue requerido o revisado por los agentes actuantes, él y su motor, junto a otras personas fueron subidos a un camión, llevados como animales a un destacamento policial y mezclados con presos comunes.
Sus padres y quien escribe debimos interrumpir el descanso dominical e ir al destacamento, esperar que se hiciera la famosa “depuración” para que después de mucho ruego lo pusieran en libertad, teniendo que dejar la motocicleta que usa para ir a su trabajo, para que sea recogida el lunes siguiente, a expensa de que pueda ser despedido por la empresa donde labora. Junto a nosotros, madres, padres y amigos angustiados, se valían de “padrinos” intentando obtener la libertad de sus parientes que, fueron en su mayoría, a cuentagotas, dejados en libertad, porque ninguno había violado la ley, más que el derecho que tenemos todos de transitar libremente.
Lo peor de esta odiosa experiencia, ocurrió mientras comprábamos agua en una improvisada caseta alrededor del destacamento, cuando mi hermano le reclamó a un agente de la policía a quien conoce y conoce a mi sobrino y éste le contestó lo que parece ser un secreto a veces. “El comandante ordenó que debíamos traerle 200 motocicletas y 200 presos y las órdenes de los jefes no se discuten”.
Señor director general de la Policía Nacional, Mayor General Eduardo Alberto Then, revise su línea de mando, dele seguimiento directo a los oficiales que comandan destacamentos, hable con sacerdotes, pastores y líderes de organizaciones sociales para que se entere qué está ocurriendo en barrios y comunidades, porque de lo contrario “los palitos” pueden caer sobre usted.