Conocemos del valor y la entrega demostrados por decenas de combatientes dominicanos que hace 63 años vinieron a ofrendar sus vidas en pro de que las nuevas generaciones disfrutásemos de mejores oportunidades y de un mejor país.
También hay que hacer honor a lo que significó la entrega de decenas de combatientes internacionalistas, procedentes de otros países, que vinieron a inmolarse y verter su sangre generosa para abonar la semilla de la libertad.
El solo hecho de lanzarse a luchar por una causa que no les pertenecía, totalmente ajena a su hábitat, asumiendo riesgos enormes, y conscientes de que un fracaso significaba nunca volver a su lar nativo, de jamás volver a encontrarse con los suyos.
Eran jóvenes, posiblemente muchos de ellos profesionales realizados, que quizás en su gran mayoría solo conocían a República Dominicana por el nombre.
Lo que hicieron por este país tiene un valor incalculable en lo que es la solidaridad, más allá de los límites conocidos. Otro factor que tuvieron en contra es que en los aprestos de la expedición, desde antes de desembarcar, la intriga y traición rondaron los espacios.
Sesentitres años se cumplieron este martes 14 de junio del desembarco, primero en avión por Constanza, y cinco días después, el 19 de junio, en dos lanchas por Maimón y Estero Hondo, expedición en la que tomaron parte 148 dominicanos, 22 cubanos, 13 venezolanos, 6 puertorriqueños, 2 norteamericanos, 2 españoles, un guatemalteco, y un nicaragüense.
Entre las figuras estelares de aquellos acontecimientos sobresalen los comandantes dominicanos Enrique Jiménez Moya, Poncio Pou Saleta, y el cubano Delio Gómez Ochoa.
Es posible que nunca se les haya rendido el homenaje que en verdad se merece esa pléyade de jóvenes internacionalistas, por la proeza en la que se involucraron, aún a sabiendas de que eran muy escasas las posibilidades de sobrevivir en las condiciones a que se sometieron una vez se produjo el desembarco, enfrentados por miles de soldados regulares y mucho mejor apertrechados.
Estos combatientes, salvo unos pocos, fueron arrasados de la faz de la tierra, asesinados por el régimen tiránico en las zonas de hostilidades, y los que fueron hechos prisioneros sometidos a todo tipo de torturas, hasta ordenar su fusilamiento.
Para entonces, la Revolución cubana apenas tenía seis meses y escasos días de haber triunfado, lo que se consumó el primero de enero de 1959. Y ese episodio alentó las posibilidades de organizar una expedición armada contra el régimen de Trujillo en República Dominicana. A mediados de junio ya los aprestos se convirtieron en realidad.
Una osadía en extremo riesgosa, que quizás entre sus propias familias no contaban con apoyo para involucrarse, por la peligrosidad que representaba.
De la totalidad del grupo de expedicionarios, apenas cinco pudieron sobrevivir a las terribles torturas e interminables interrogatorios a que fueron sometidos una vez cayeron en manos de las tropas regulares.
Como se ve, fue más que significativa la cuota de sangre derramada por combatientes extranjeros en esa gesta, en la que se manifestó la solidaridad de instituciones y personas de distintos países.
“La tenaz persecución, el bombardeo y ametrallamiento indiscriminado, la falta de apoyo interno, el hambre y el cansancio, fueron mermando la capacidad combativa del contingente expedicionario”, refiere Anselmo Brache Batista en su libro “Constanza, Maimón y Estero Hondo. Testimonios e investigación sobre los acontecimientos”.
El agradecimiento que tiene el pueblo dominicano hacia estos combatientes internacionalistas deberá escribirse con letras de oro. Entregaron sus vidas por venir a sumarse a una causa que no les fue indiferente.