Cuando Trujillo asumió la Presidencia por primera vez, de repente llegó el ciclón de San Zenón y arrasó con la capital, circunstancia esta que sirvió de pretexto y justificación para que el dictador pidiera poderes extraordinarios de emergencia que le permitieran actuar con rapidez en la reconstrucción del país.
Esos poderes le vinieron como anillo al dedo para hacer todo lo que le vino en ganas y quedarse con el santo y la limosna durante 30 años de oscuridad.
Se dice que las comparaciones son odiosas, pero no puedo evitar que mi pensamiento se enrumbe por los caminos tortuosos de la suspicacia, tratando de ver un paralelismo entre el ayer de San Zenón y el hoy de las inundaciones que azotan inmisericordemente al territorio nacional.
¿Y si al presidente de turno se le ocurre pedir poderes extraordinarios para acudir en ayuda de los damnificados sin tener que rendirle cuentas a nadie?
Reconozco que quizás estoy paranoico viendo fantasmas por todas partes. Pero todavía nadie ha demostrado que los fantasmas no existen.