Entre las muchas fotos de la guerra de Abril, que han circulado en estos días, me emocionaron particularmente, las imágenes del inolvidable compañero Rafael Pérez Guillén. Quiero recordarlo con mi escrito de hoy.
Conocí a Guillén después del golpe militar del 25 de septiembre de 1963. Yo estaba a la espera de la orden de irnos a la guerrilla y, con frecuencia me encontraba con Guillén en la zona colonial de la ciudad.
Tras del fracaso de la insurrección, nos volvimos a ver, pero en La Victoria. Yo sobreviviente de la guerrilla, él enviado a prisión, por un supuesto sabotaje. Nos seguimos tratando como buenos compañeros, aún después de la guerra. Los avatares de la vida y de la lucha nos separaron. Él se quedó en la capital, a mí me envió el MPD a la región norte y en ella estaba cuando recibí la mala noticia del asesinato de Guillén.
A ese revolucionario, hijo del pueblo, valiente e insobornable, el enemigo nunca le dio tregua. En 1971 estaba preso otra vez en La Victoria, en pleno imperio de la Operación Chapeo, el fiscal del Distrito, Fernando Aníbal Pérez Aponte, visitó la cárcel y así saludó a Guillén: “Oh, Guillén, y tú estás vivo todavía, con tantos policías que tú has matado”?
Poco después, la noche del 8 de febrero de 1971, lo sacaron de su celda, a la vista de los otros presos. A la mañana siguiente, el coronel Pimentel Soto, jefe del penal y el general Enrique Pérez y Pérez, jefe de la Policía, salieron con el cuento embustero de que Guillén había muerto en medio de una trifulca entre presos.
Como victimario, ellos mismos presentaron a Ramón Antonio Pérez Olivo, expolicía maeño, condenado por un homicidio en La Romana. Pérez Olivo, un mastodonte de algunas 250 libras, construyó su propia herramienta de tortura. Con ciento cinco hilos de alambre eléctrico entretejió un grueso cable y le hizo un nudo en la punta.
El Ciento Cinco, lo bautizó con sádica frialdad. Con él flagelaba a los presos políticos y así mataría a golpes a Rafael Pérez Guillén. Luego, fue acusado de estrangular a otro prisionero político, al jovencito Óliver Méndez, el 5 de mayo siguiente.
Y, en vez de hacerlo pagar por sus delitos, el mismo presidente Balaguer premió a Pérez Olivo con un indulto generoso.
Vaya mi voto de póstuma recordación a mi inolvidable compañero Rafael Pérez Guillén, junto a la denuncia y la condena de sus victimarios.