Las ciudades de Pedernales, Independencia, Comendador, Montecristi y Dajabón son los puntos de trasiego de la inmigración esencialmente ilegal, que transcurre desde el vecino del oeste de la isla hacia la nación dominicana.
Si fuera una circunstancia diferente, no habría ninguna objeción en formar el Pacto Migratorio, que se declaró en New York, en 2017, y que se espera firmemos en Marrakech (Marruecos) el próximo día 10 de diciembre.
Existen muchos mitos de la inmigración, pero la realidad es que el país está asediado por la penetración haitiana.
Antes de ser parte de ese Pacto, los pueblos de Haití y República Dominicana tiene que sentarse a la mesa, pues, en esta ocasión toca no obedecer fórmulas sacadas del mundo occidental, sino de la realidad que sufren por separado estas dos pequeñas naciones, a las que la inmigración ilegal ha marcado de manera drástica.
Es oportuno decir que los antropólogos orientan con estudios sobre la migración (densa y transnacional), sobre el imaginario social de las geografías.
Es comprensible que la emigración haitiana esté orientada por la búsqueda económica, por los sueños de progreso material; es evidente que las migraciones enriquecen las economías de las naciones, y en el caso nuestro, gran parte de la mano de obra haitiana es determinante para importantes actividades productivas. Pero por causa de la “inmigración ilegal” el país no está dispuesto a producir un caos social, casi un “traslado forzoso de población”.
Así que en lugar de dicho Pacto, traído por los pelos desde fuera, es mejor si se propugna entre los pueblos de la isla un convenio migratorio de reciprocidad, más por un deseo de fortalecer y perpetuar las relaciones entre ambas naciones, en razón de su proximidad fronteriza y en beneficio del comercio, y otros intereses comunes.
No sería la primera vez que se firme un tratado o un convenio de reciprocidad ante temas tan sentidos como el de política exterior y comercio. Nos referimos al Convenio de Reciprocidad Comercial entre los Estados Unidos de América y la República Dominicana, en 1884.
Es cierto que el Tratado no llegó a materializarse, pero lo que se cuenta ahora es la declaración de principios: no permitir ser parte de ningún pacto migratorio acordado en la ONU, sin antes realizar con Haití una conferencia internacional para tratar nuevos objetivos de la inmigración que nos lega Haití. O permitir que se debata primero en el Congreso, tal como lo ha señalado el gobierno italiano, además de que esta nación ha expresado que no participará en dicha Cumbre.
Y la frase que utilizaron fue: “El Pacto Mundial para la Migración es un documento que trata temas que afectan a los ciudadanos”.
Confieso que he leído los principios de esta declaración del Pacto Mundial Migratorio. A los defensores les motiva la integración del intercambio y mejoras de las condiciones de vida del migrante; mientras que los detractores no confían en cómo será la aplicación de la política migratoria después del Pacto.
En conclusión, no asistir a dicha reunión sin antes comunicarles a nuestros vecinos haitianos sobre lo que realmente queremos.