¿Realidad o ficción? II

¿Realidad o ficción? II

¿Realidad o ficción? II

Se hace indispensable refrescar algunos datos que todo el mundo conoce, pero que —por motivos que desconozco, pero, tengo sospechas— prefiere ignorar. El crimen cercena más de 20 mil almas en Méjico por año, número que es superado en Centroamérica, igualmente en Brasil, en Venezuela y, sobre todo, en Colombia.

Lo curioso es que, si no hay mujeres involucradas, no aparecen tantas razones para denuncias ni para protestas estruendosas.

En la República de Suráfrica son más de 40,000 víctimas mortales cada año y apenas se habla de ello; lo mismo sucede respecto a los crímenes en Reino Unido, India, Filipinas y un largo etcétera de países desarrollados y de otros no tanto.

¿Habrá –entonces– que mostrar las osamentas de los genocidios en la premeditada desintegración de Yugoslavia, los de la deliberadamente prolongada tragedia del Oriente Medio o los de las constantemente repetitivas masacres africanas, para sacudirles el marasmo?

Según datos del programa COPS de la Policía norteamericana, en los EE. UU. se cometen más delitos callejeros, más secuestros y más crímenes que en cualquier otro lugar del mundo y, también allí, si no hay mujeres implicadas no hay tanta publicidad sobre el asunto.

Ocurre que, cada año son asesinadas entre 70 a 80 mil mujeres a nivel mundial; pero, al otro lado del telón, el millón y medio de individuos liquidados es sobrepasado en ese mismo período, sin embargo, a nadie le importa. ¿Me podría decir alguien, en qué parte de la carretera se perdió el mandato de que somos seres humanos iguales? Muchas preguntas más amenazan con quebrantar el interior de mi testa, mientras que afuera —por lo que percibo— el músculo duerme, la visión descansa… Nunca antes tuvo tanta razón Carlos Gardel.

No hay que hacer muchos esfuerzos, ni maltratar su propio cerebro, para saber lo que sucedería si un hombre insulta a otro y lo agrede. Vale preguntarse, también, qué sucedería si una mujer insulta a un hombre y lo agrede.

La respuesta no resultó unánime de quienes consulté, pero la mayoría coincidió en responder a la agresión, partiendo de la convicción de que lo mal hecho no tiene género y quien hace lo que quiere, que se abstenga a las consecuencias. De todas formas, ¿qué hacer? ¿Ir ante un fiscal, tal vez?

La burocracia oficial no puede ni debería ser la solución, sino la pareja misma; sean o no sean pareja, le sugiero a la mujer no colocarse nunca como la protagonista de una situación semejante –aun piense tener apoyo legal y policial—, porque puede terminar con desenlaces a veces fatales. Ojo con eso, chicas, no pretendan ser hombres con los hombres.

Vivimos en una sociedad en medio de una vorágine de absurdos y engendros que no se comprenden, entre los cuales hay uno que me despierta especial interés: el infeliz término de “feminicidio”.

Como no me explico su pollina aceptación, se me ocurre preguntar: ¿no se llama —por casualidad— homicidio la muerte no accidental de un ser humano —sin importar género— perpetrado por otro ser humano? No sé, pero me queda la impresión de que se ha elegido la estulticia como deporte lingüístico nacional y la hipocresía como ajuar de todos los días.

Pero, como está en la pista el engendro de feminicidio, imagino que habría que aceptar —por aquello de la “igualdad”, ¿saben?— uno peor, el de masculinicidio, cuando alguien del sexo masculino es enviado por una fémina al lugar de donde no se regresa.

Como —por suerte— no ha ocurrido tal invento, aún así, querría saber cómo le llamarían al hecho si sucediera o cuando la protagonista agrede y ejecuta a otra mujer o cuando, recién parida, tira a su propio hijo por el hoyo de una letrina. Más, si el factor determinante es la relación sentimental,

¿Cómo le llamarían a la muerte de una persona causada por otra persona del mismo género que resulta ser su pareja? ¿Qué harán? ¿Inventarse un vocablo derivado de la sexualidad del occiso? Si se animan en cambiar y reeditar los libros de criminología, les sugeriría a los sexistas obviar los sustantivos de los adjetivos criollos relativos a la delicadeza de la víctima.

Ahora bien, ¿por qué hay que ver las cosas en términos de machista y/o de feminista, en lugar de humanista? Lo dejo de tarea, pero, ¿cómo diablos ha sido posible que se le diera albergue a esa perversa intención de fragmentar la humanidad?

Porque, a pesar de los abusadores, de los violadores y de los criminales —que son una minoría insignificante— no hay mejor amigo de la mujer que el hombre y protegerla es una encomienda biológica que está en su código genético; pensar lo contrario es adherirse a una necedad que no tiene ni piés ni pisada.

En fin, ojalá no tiren tanto de la cuerda y la rompan, y resulte cierto aquello de que el mejor amigo del hombre es el perro…

Persuadido de que, si estas estadísticas no se toman en cuenta con neutralidad y justicia, cualquier esfuerzo en combatir a la violencia en función del género y no enfrentarla en todas sus vertientes, no será más que la típica maniobra que inicia y termina como una simulación a modo de gesto político hacia la población femenina, semejante a una burda pantomima en medio de un ordinario vodevil.

Recuerden, la vida no tiene dueños humanos exclusivos.

Entretanto, degustando mi acostumbrado café, en un momento de suave música, aproveché el instante para zarandear mi confusión e intentar aclararme de si todo esto es verdad o es mentira, realidad o ficción vivida; y mientras más lo intentaba, se hacía cada vez más firme el convencimiento de lo triste que es ver que, con los años, nos hemos vuelto fariseos… con esteroides encima.



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