El retorno de los turistas a la República Dominicana -para la recuperación del flujo de divisas que tanto necesitamos- nunca ocurrirá por generación espontánea, azar o apostando a que el tiempo se lleve consigo al impactante fenómeno sanitario COVID-19, impredecible, incógnito, persistente y desafiante.
Una cara fresca, con capacidad de asombro y consciente del reto de la coyuntura era necesaria en el Ministerio de Turismo, una entidad por años anclada, haciendo lo mismo, sumida en el aburrimiento y con las capacidades creativas disminuidas.
Eso, sin embargo, no es suficiente. La reactivación de la industria turística, con arrastre en el empleo, la producción agrícola y la cadena de negocios colaterales, implicará el desarrollo de una estrategia país, una combinación de esfuerzos de instituciones públicas y privadas.
La cadena virtuosa de acciones necesitará un liderazgo centrado, inteligente, flexible, facilitador, capaz de hacer que las cosas sucedan, articulando a todos los sectores implicados en la gran tarea de la recuperación. Estos factores tipifican a la cartera como el puesto público más desafiante.
Los enclaves turísticos o los establecimientos hoteleros pueden contar con los protocolos más avanzados de prevención, espacios esterilizados permanentemente y distancia social sin perder la calidad en el servicio, pero si la curva de contagios del coronavirus no se aplana, la confianza de los visitantes extranjeros no será recuperada.
Mientras estemos ofreciendo a diario titulares espectaculares sobre muertos y contagiados, apuntalando los boletines del pánico, en un contexto de tibieza para aplicar medidas restrictivas efectivas y alejamiento social sin detener la producción, seguiremos montados en una bola de nieve.
Ser diligente y tocar base con los grandes emisores de turismo ha sido un trabajo oportuno de parte del nuevo ministro desde antes de juramentarse, pero hacia lo interno el resto del gobierno debe hacer la tarea: regular la circulación de personas en el transporte colectivo, aplicar sanciones a las aglomeraciones festivas, imponer medidas de alejamiento en espacios laborales y comerciales.
No deberían abrir sus puertas lugares de servicios que carezcan de protocolo comprobado y sin estar equipados con elementos desinfectantes o de bioseguridad. Inversión en pruebas masivas, distribución de mascarillas -especialmente en las capas de menos ingresos- y una campaña publicitaria bien estructurada son aspectos claves y la mejor vía para lograr una certificación como destino turístico.
Todo esto sería materia de una gran narrativa para el reposicionamiento del país en el mercado internacional.