Másallá de lo que recogerá la historia, en el corazón del pueblo haitiano, y particularmente de los sobrevivientes de la catástrofesísmica del 12 de enero 2010 en Haití, entre quienes me encuentro, quedará siempre el recuerdo de la solidaridad y la generosidad de los dominicanos.
La realidad de compartir un mismo territorio insular dividido en dos naciones soberanas, pero hermanas, naturalmente provoca que en los momentos más difíciles una apoye a la otra. Así fue en 1930, cuando el ciclón San Zenón azotó a la ciudad de Santo Domingo. O más recientemente cuando las inundaciones del río Soliet devastaron la ciudad de Jimaní en 2004.
La verdad es que no es lo mismo cuando se nos toca.
Apenas había regresado a Haití, honrado por los dirigentes a una función gubernamental, después de una larga estancia en la República Dominicana que se inició en 1983 como seminarista de la Iglesia episcopal.
En 27 años había construido relaciones en todos los estratos sociales. Desde el remoto campo de La lajita, en Consuelo, San Pedro de Macorís, los bateyes del sur, las lomas de Jarabacoa, la frontera de Dajabon o en la ciudad capital.
Por el paso del tiempo había acumulado más intereses afectivos de este lado de la isla que en Haití por los lazos sanguíneos creados.
La noticia del terremoto preocupó a todos. Más por saber que el local del Ministerio de los haitianos viviendo en el extranjero (MHAVE) se había derrumbado conmigo donde quedé sin comunicación.
Las diligencias no faltaron a través de emisoras radiales y televisivas como también de contactos gubernamentales dominicanos.
Al otro día, la embajada dominicana donde todos eran y son amigos fue una de mis primeras paradas para hacer algunas llamadas, intentar usar la internet y comenzar a estructurar la canalización de la ayuda.
Familiares y amigos cercanos dominicanos llegaron en la noche venciendo el temor de las réplicas sísmicas que se repetían dolorosamente cada cierto tiempo.
En mis archivos electrónicos veo que el día anterior había enviado una correspondencia al embajador Rubén Silié, en la que proponía un acuerdo de cooperación entre el MHAVE y el Ministerio del Interior dominicano sobre el Plan de regularización migratorio que se llevaría a cabo tras la aprobación de la nueva Constitución.
El resto es historia conocida: primero que la logística estatal, como un solo hombre el pueblo dominicano, noble y generoso dijo ¡presente!
Despojándose de los rencores históricos y las dificultades vinculadas al tema migratorio día tras día más agudas desde las persecuciones xenófobas alentadas por sectores conocidos, en Hatillo Palma en mayo de 2005, dominicanos y haitianos sellaron en la tragedia un re-encuentro que por momentos me parecía capaz de sofocar para siempre el antidominicanismo o el antihaitianismo.
¿Cuantos dominicanos cruzaron la frontera? No hay cifras oficiales. Muchos sin cruzar se entregaron cuerpo y alma a la causa de Haití desde suelo dominicano.
Surgieron lindas historias de vida. Una amiga diplomática se enamoró y se casó con un haitiano. Un joven profesional hijo de figuras públicas se quedó y dirige actualmente las operaciones de una empresa venezolana-dominicana.
La lista de los protagonistas es larga. Dos mujeres me vienen a la mente al momento de escribir estas líneas.
Una es famosa. No tan solo por sus fotos en la portada de las revistas sociales y ser miembro de la aristocracia, más bien por su trayectoria filantrópica a través de una ONG que fundó y dirige, desde donde se implicó en la ayuda a Haití financiando hasta ahora la reconstrucción de un hospital.
La otra, oriunda del municipio Enriquillo en el sur, se dio a conocer en el mundo por amamantar a niños haitianos que llegaron al hospital Darío Contreras. ¡Cuánto humanismo!
Melba de Grullon y Sonia Marmolejos, parte de un pueblo que expresa su fe con la biblia abierta en el escudo, son mis heroínas de hoy.
A 5 años de la tragedia, el recuerdo de su labor nos avisa que nos estamos desviando del camino de la solidaridad para volver a la confrontación. Es tiempo de parar.