SANTO DOMINGO.-Pensar racionalmente es inherente y exclusivo, hasta donde sabemos, del ser humano. Es valernos de la lógica, explorar posibilidades diversas a los problemas, siempre estar dispuestos a abandonar las explicaciones actuales cuando nos encontramos con otras mejores, dudar siempre, poner en paréntesis constantemente nuestras creencias, y sin abandonar una sana actitud crítica, favorecer los argumentos que se apoyan en evidencias independientes de nuestras circunstancias. Es la metodología de la ciencia y la filosofía. Ambas la heredan del pensamiento griego clásico.
Uno de los aportes recientes más importantes en el pensamiento racional lo brindó Karl Popper. Se denomina falsacionismo o racionalismo crítico. Consiste que toda teoría o explicación amerita ser enfrentada con un contra-ejemplo, a esa actividad se le denomina en ciencia contrastar.
Contrastar es esencial si queremos mantener nuestra mente abierta a descubrir errores en nuestras explicaciones. Si no encontramos un contra-ejemplo que cuestione nuestra explicación no significa que sea válida de manera absoluta, o verificada, significa que se puede aceptar provisionalmente, abierta siempre a futuros contra-ejemplos. Toda teoría científica, todo argumento racional, siempre es provisional, o como indica Popper es no-refutada en el momento actual.
La otra cara de la moneda del falsacionismo, y es de mucha importancia para evitar las pseudo-ciencias, las filosofías literarias, los fundamentalismo políticos y religiosos, las ideologías para tontos y otras estulticias, es que todo argumento que apele a una verdad absoluta de facto está colocándose al margen del pensamiento racional. Las hermosas construcciones teóricas, las bien montadas explicaciones y las razones que justifican perfectamente nuestros miedos e impulsos viscerales, siempre son mentiras y nos deshumanizan al cerrarnos al rigor de la razón, al obligado reto de ejercer la libertad responsablemente y encerrarnos en nuestro egoísmo, que es la negación
del amor a todo lo humano.
Las teorías pedagógicas que buscan formar operarios útiles, las campañas publicitarias para generar consumo, los argumentos políticos populistas, las apelaciones a la autoridad divina, e incluso la defensa de los órdenes sociales y económicos en base a una pretendida realidad natural, son enemigos firmes de todo pensamiento racional crítico. Todos los argumentos que justifican el enriquecimiento de unos pocos a costa de la miseria de la mayoría, los discursos que enaltecen a caudillos y líderes mesiánicos, quienes reclaman obediencia apelando a textos sagrados o costumbres ancestrales, son argumentos que deshumanizan porque van en contra de la razón, la
libertad y el amor.
Oponerse a todas las formas de sometimiento y alienación que se generan en nuestras sociedades y patrones culturales usualmente es tarea que pocos asumen, tanto en su vida personal, como en el debate público. La mayoría acepta con cierto agrado e ingenuidad vivir en medio de las mentiras, unas veces por temor a que su vida o prosperidad no sea afectada, en otras por sus miedos a vivir lúcidamente, en ocasiones a evitar ser marginados socialmente, incluso por la expectativa de ascender en la pirámide del poder económico o político, pero también en muchos casos -en regímenes abiertamente represivos- a no correr el riesgo de ser apresado, torturado e incluso
asesinado. Cultivar la razón crítica siempre implica un grado de riesgo existencial. El temor es convertido en expectativa de ascenso o riesgo de descenso. Es la enseñanza de la parábola de la zanahoria o el azote.
Se oponen razón y temor, igual que vida o muerte. Entre la lucidez de vivir críticamente y la anulación total de la existencia, se abre un mundo de fantasías, apariencias, angustias y sometimientos de la voluntad, que anhelan la posibilidad de auto-conservarse y no chocar de frente con el poder. La libertad que genera la razón crítica y el impulso que esta conduce a construir realidades humanas donde el amor por el conocimiento y la plenitud de todos los seres humanos sea
la norma, es el criterio de una vida con sentido.