Por: María Montecelos
Santo Domingo.– El genocidio de haitianos perpetrado por orden del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo en 1937 se recuerda popularmente como “la masacre del perejil”, hecho que supuso el exterminio de miles de persona a lo largo de varias semanas y del que ahora se cumplen 85 años.
Una mala dicción de la palabra perejil era una condena a muerte automática. Dada la dificultad de pronunciación que supone para los haitianos, el vocablo se usaba para identificarlos y distinguirlos de los dominicanos de piel más oscura.
GENOCIDIO RACISTA
Al exponer a Efe los pormenores de la matanza, la directora del Museo Memorial de la Resistencia Dominicana (MMRD), Luisa de Peña, destacó que resulta “imposible” determinar un número exacto de víctimas, aunque, según investigaciones del centro, murieron unas 17.000 personas, entre ellas una minoría de “negros dominicanos».
Las cifras de muertos que se barajan son muy dispares dependiendo de las fuentes, con una horquilla que va de las 5.000 víctimas hasta las 35.000, suma que parece excesiva para historiadores como Juan Daniel Balcácer, presidente de la Academia Dominicana de la Historia, dada la demografía de la época.
Miembros del Ejército y delincuentes comunes liberados expresamente con ese propósito fueron los encargados de asesinar a hombres, mujeres, niños y ancianos durante varias semanas de septiembre y octubre de 1937, deshaciéndose de los cuerpos en el mar, en ríos y, en menor medida, en fosas comunes.
También denominado como “el corte”, por el uso de bayonetas o machetes en las ejecuciones, el genocidio de haitianos fue parte de la política de “blanqueamiento” de la población dominicana, gran aspiración del trujillismo que, antes de la masacre, llevó al dictador a ordenar la expulsión masiva de haitianos y a organizar la llegada de emigrantes desde Europa.
El director de Estadísticas de Trujillo, Vicente Tolentino, elaboró un estudio sobre las perspectivas de blanquear la raza donde expuso la idea de que en “la cuestión de la mejoración racial de nuestra población el país acabará siendo, en el mejor de los casos, mulato.”
El racismo fue, por tanto, la razón subyacente del genocidio, destacó De Peña, aunque desde la dictadura se presentó como un problema de carácter económico, exacerbando los conflictos sociales derivados de la propiedad de las tierras que delimitaban con Haití.
EL PROBLEMA TERRITORIAL
De hecho, para Balcácer, la masacre fue “una expresión de los tradicionales conflictos fronterizos” que se daban antes incluso de que Haití y República Dominicana se independizaran de Francia y España, respectivamente, debido a “la imprecisión” en la línea divisoria.
“La matanza haitiana fue producto también de esa porosidad de la frontera” y de la ocupación de territorios dominicanos por ciudadanos de Haití desde el siglo XIX y que continuó en el siglo XX, a pesar del tratado en materia territorial acordado por ambas naciones en 1929, apuntó.
En cuanto al componente racial, resulta “sorprendente” el afán de Trujillo que, “más que mulato, era negro»; su abuela materna era de origen haitiano, pero «él se ufanaba de su ascendencia española” por parte de su abuelo paterno.
CONSECUENCIAS Y RECUERDO DE LA MATANZA
Según Balcácer, el genocidio “afectó de manera considerable a las relaciones bilaterales entre ambos Estados y causó una enorme conmoción” que llevó aparejada una presión exterior inesperada para la dictadura.
Las consecuencias formales se quedaron en una compensación económica de 750.000 dólares acordada entre Trujillo y el presidente haitiano Sténio Vincent con intermediación internacional, pero solo se llegó a pagar una parte y se desconoce si el dinero llegó a las familias de las víctimas.
Además, la dictadura ocultó la masacre e “hizo creer al pueblo dominicano que no había ocurrido tal matanza y que se habían producido incidentes aislados” entre campesinos de ambas partes de la frontera.
“Esa fue la versión oficial del Gobierno de Trujillo”, que tenía control absoluto sobre la sociedad dominicana y los medios de comunicación, pero con los años trascendió la verdad.
Aunque existe documentación sobre este ignominioso episodio de la historia dominicana, para Luisa de Peña no se ha condenado lo suficiente ni fuera ni dentro del país y no se conoce la verdadera magnitud de una tragedia que, a su entender, marcó el cambio de una dictadura autoritaria a una dictadura totalitarista en República Dominicana.
En el país solo existe una obra pictórica sobre la matanza de haitianos de 1937, un mural de 1974 pintado en una vivienda particular. Para salvarla del derrumbe, la pared completa se trasladó en 2013 al MMRD, donde da la bienvenida al público en la entrada del centro como “una declaración de intenciones».