En el ámbito político, este año que casi termina puede considerarse uno de los huracanes más fuertes que ha sacudido esta hermosa media isla tropical.
Como es común en el trayecto histórico, un hecho sucede a otro y poco a poco los efectos se diluyen; sin embargo, hay algunos tan contundentes que su impacto persiste, aunque se intente distraer nuestra atención. Un ejemplo de ello es el caso Senasa, que podría considerarse el ojo del huracán.
La situación actual del Estado dominicano puede describirse, siguiendo el mundo de las metáforas, como una invasión de “ratones”: dinámicas de corrupción, negligencia administrativa, redes informales de poder y conductas oportunistas que deterioran la confianza ciudadana.
No se trata de individuos específicos, sino de patrones sistémicos que recuerdan el comportamiento de los roedores que infestan espacios debilitados o abandonados.
La comparación no es casual. Los ratones prosperan donde existen grietas estructurales, falta de higiene, descuido y ausencia de control. De manera similar, las fallas institucionales permiten que prácticas indebidas se reproduzcan y permanezcan ocultas.
La exploración y el oportunismo son formas inteligentes de ingresar silenciosamente al Estado. Los ratones exploran primero, mapean el entorno y detectan vulnerabilidades.
En política ocurre algo semejante cuando ciertos actores encuentran procedimientos y controles débiles, o cargos sin supervisión efectiva. Tanto los roedores como las irregularidades administrativas prosperan cuando el terreno es propicio.
Para lograr sus objetivos, se establece una organización interna, con jerarquías y redes. Los ratones viven en grupos estructurados con roles definidos. En instituciones débiles también emergen redes de complicidad que se protegen mutuamente, generan mecanismos de silencio y elaboran señales internas para evitar ser identificados.
Por naturaleza, los ratones son carroñeros: aprovechan el descuido para morder. El ratón, como carroñero, vive del desorden y la negligencia.
En términos institucionales, la corrupción prospera donde no hay transparencia, donde se improvisa o donde se diluyen las responsabilidades. Así como el roedor desgasta sus dientes al morder, las malas prácticas administrativas consumen de manera perversa y constante los recursos públicos.
Los corruptos tienden a reproducirse aceleradamente, al igual que los malos hábitos. No solo los ratones se reproducen con rapidez; lo mismo ocurre con las prácticas o costumbres: una práctica tolerada genera otra y otra, hasta consolidarse como cultura institucionalizada. Igual que los roedores construyen nidos para proteger a sus crías, las redes clandestinas crean nichos donde sus prácticas se nutren y se desarrollan.
Los corruptos, como ratas mañosas, buscan siempre establecer conductas defensivas para evitar ser expuestos o descubiertos; se esconden en simulaciones, se enfrían hasta congelarse y, como cobardes, huyen en la oscuridad.
Cuando un ratón se siente amenazado, huye, se inmoviliza o se oculta. En las instituciones, cuando surge una crisis, los responsables evaden sus obligaciones, “accidentalmente” se pierden documentos o estratégicamente se produce un silencio administrativo coordinado.
Esto es una forma retorcida de inteligencia emocional: aprender a sobrevivir montando una obra de teatro para ignorantes. He visto cómo los ratones aprenden rutas, distinguen objetos y memorizan los espacios por donde se desplazan.
Las prácticas corruptas o indebidas funcionan de manera similar: se adaptan a las reformas, aprenden a burlar nuevas normativas y desarrollan estrategias cada vez más sofisticadas para evitar ser detectadas.
En materia de higiene y control, los corruptos suelen abogar por soluciones cosméticas de limpieza que exige el mismo sistema que ellos han ensuciado. Los ratones, aunque limpios entre sí, generan deterioro en los espacios que ocupan. Las instituciones pueden comportarse igual: sus actores se autoprotegen, pero el entorno se degrada.
Un verdadero saneamiento institucional implica auditorías profundas, renuncias cuando corresponde, una comisión anticorrupción con auténtica autonomía y mecanismos externos que superen los controles tradicionales, evitando la autoevaluación o la autocalificación.
Este análisis, titulado “Ratón Senasa”, no busca señalar personas, sino describir dinámicas estructurales que proliferan cuando al Estado le faltan vigilancia, orden, transparencia y límites éticos firmes.
Así como una casa infestada de ratas requiere una intervención profunda, el Estado dominicano necesita limpiar, reorganizar y fortalecer sus instituciones para impedir que esta plaga simbólica continúe expandiéndose. Senasa es solo una muestra.