Somos un país donde hubo tanta pobreza, después de su inicial esplendor, que las misas se hacían de noche para esconder los remiendos y zurcidos en la ropa; los pocos empleos gubernamentales, que eran los más, los ambicionaba cualquier ciudadano medianamente educado.
Desde la época de Ovando, en cada administración ha habido la correspondiente “clase graduanda” de harapientos que tras administrar negocios públicos cambiaban su situación socioeconómica. No es cuestión de herencia hispana o latina, pues quienes más trucos enseñaron a los criollos para estafar y robar fueron los americanos entre 1916 y 1924, como relató monseñor Nouel.
Con cada cambio de gobierno, se destapan nuevos y mayores escándalos; se montan sainetes judiciales más o menos serios. Pero, ¿ha cambiado algo en tantos siglos? La triste verdad es que en casi todas las familias hay alguien buscando cómo “hacerse”.
Quizás, además de ejemplares sanciones judiciales, lo que hace falta es un cambio de paradigma social. Lograr que ser honesto sea bien visto, reconocido y estimulado. No sé, pero ojalá que sí…