La tendencia creciente de la globalización del comercio y las finanzas en las últimas décadas ha estado acompañada de la preocupación por la competitividad y el rol de cada país y la política gubernamental en el desempeño económico.
En adición, los diferentes conflictos comerciales y bélicos, a escala planetaria, agregan la perturbación que causan estos en el comportamiento de los precios de los comoditties.
Es en tal contexto que cada vez se torna relevante el criterio de la defensa nacional en el manejo del instrumento más importante que tiene la política comercial, los aranceles. La seguridad del sector productivo local se garantiza si se tiene la habilidad de utilizar este pensando siempre en eventos inesperados que puedan ocurrir en el entorno internacional.
Un descuido o relajamiento en el uso del arancel se traduce en un incremento de las importaciones, cuyo efecto inmediato es una reducción significativa del sector productivo local, en consecuencia, desfavorece a los productores nacionales en el mercado. Tal situación se puede interpretar que, en tiempo de emergencia nacional o global, los mecanismos comerciales podrían verse perturbados o suspendidos los suministros de importaciones, generándose unas crisis incontrolables.
Si ocurre una suspensión en el suministro de las importaciones, la producción nacional sería insuficiente para satisfacer el mercado local, por tanto, la seguridad alimentaria nacional entra en una fase de riesgo y vulnerabilidad. Es por tal razón, que para impedir que esta amenaza se convierta en realidad en el futuro, la producción nacional debe estar protegida en el presente, por lo que la estrategia de política arancelaria es evitar que la seguridad nacional no se debilite ante la ocurrencia de cualquier conflicto o perturbación a escala global.
A raíz de la espiral inflacionaria que azota a la economía mundial, y que impacta en las diferentes economías, algunos gobiernos tienen la firme creencia de que bajar o quitar aranceles a bienes importados es la solución para frenar el flagelo inflacionario. Pero resulta que esta creencia puede convertirse en un arma de doble filo, en el entendido de que, si bien es cierto que dicha medida en el corto plazo podría neutralizar la escalada de precio, no menos cierto es que en el mediano plazo esto tiene un impacto nocivo para el sector productivo local ya que entrarían en una franca desventaja con la apertura unilateral del comercio exterior.
Eliminar aranceles para frenar la inflación es una especie de remedios caseros que resultan insuficientes y que en algunos casos lo que único que se lograría es generar daños incalculables al sector productivo nacional, esto es, una situación negativa a la producción nacional. En virtud de que en lo inmediato no se notaría una caída en el precio de los alimentos, pero si una estocada mortal a la producción nacional, entonces, lo que se estaría haciendo es como ir apagar el fuego con un galón de gasolina en las manos.
En principio, los argumentos a favor de la eliminación de aranceles parecen atractivos y esperanzador ante la incertidumbre que ya genera la inflación y se cree que tal aplicación es el fin de la espiral que destruye el poder adquisitivo. Sin embargo, una mirada detenida y de reflexión macroeconómica permite inferir que el beneficio de eliminar aranceles a determinados productos de origen agrícolas con el objetivo de controlar la inflación no parece relevante si se parte del hecho de que los mismos tienen baja incidencia en el índice de precio al consumidor (IPC).
El gobierno dominicano se ha inclinado por impulsar la reducción de arancel cero para algunos productos como el pollo, frijoles, las habichuelas, el pan, carne de cerdo y de res, harina, ajo, aceite, grasas comestibles, entre otros. Detrás de estas medidas existe un sobre optimismo inconsistente de que con eso se combate la inflación, pero resulta que nada mas alejado de la realidad si se parte de que ya mucho de ellos disfrutan de arancel cero y otros son de baja contribución a la inflación.
Eliminar aranceles por seis meses es insuficiente para contrarrestar la inflación que ya se torna estructural, sino que se estaría creando un problema que no existe como es la amenaza de desarticular la producción nacional. El buen juicio aconseja pensar en los subsidios y un tratamiento especial a los insumos y evitar el colapso de la producción nacional, algo que no logró la pandemia global.