Ayer estuve mirando y escuchando la televisión. En ese momento salía al aire “El Jarabe”, a cargo de la valiosa periodista Edith Febles.
Supongo que su productor Marino Zapete estuvo ausente por alguna razón valedera.
El programa de Zapete y Edith se caracteriza porque no tiene pelos en la lengua, sin llegar a ser deslenguado. Ellos dicen lo que tienen que decir sin alterarse, pero sin caer en elogios innecesarios.
Y sobre todo, sin fanatismo. Lo que presencié ayer, por ejemplo, no necesitaba histrionismo ni aspaviento alguno para producirle escalofríos al televidente.
Se trataba de un video de la vida real que mostraba a unos tipos armados de garrotes, machetes y azadas, persiguiendo y golpeando con furia gozosa a otros hombres, mujeres y niños que huían como almas que se lleva el diablo, y de paso destruyéndoles sus ajuares sin piedad. ¿Adivinaron ustedes, amados lectores? Los persecutores eran “patriotas” dominicanos, y los perseguidos no eran más que unos “malditos haitianos”.
El pretexto para aquella salvajada era una sospecha no comprobada de que un haitiano había dado muerte a un dominicano.
Confieso que mientras veía el video de marras un torrente de vergüenza recorrió mi cuerpo. Saber que aquellos salvajes eran mis connacionales me provocaba ganas de meter la cabeza en una funda para que nadie me conociera.
No soy pro haitiano ni antihaitiano.
Me preocupa el llamado “problema haitiano”, pero jamás podré comulgar con los prejuicios malsanos que separan a los hombres racionales de las fieras disfrazadas de ovejas con las que desgraciadamente tenemos que convivir.