“Quien siembra vientos cosecha tempestades”, refrán popular.
Nueva Zelanda es un país que, en relación a República Dominicana, queda “al otro lado del mundo”, exactamente a 13,426 kilómetros de Santo Domingo.
De modo que cuando aquí son las 12 del mediodía, allá son las cinco de la mañana del día siguiente.
Se trata de un archipiélago conformado por dos grandes islas y muchas islitas que en conjunto tiene una extensión de 268 mil kilómetro cuadrados, es decir que República Dominicana cabe cinco veces en su territorio y tan solo cuenta con 4.7 millones de habitantes.
Está considerado como uno de los países más tranquilos del mundo.
Por eso, cuando recibimos la noticia el pasado viernes sobre la masacre en dos mezquitas en ese país del Pacífico, que dejó al menos 50 víctimas, nos estremecimos cual si se tratara de un terremoto. ¿Qué habrá motivado semejante locura?
Un pistolero llamado Brenton Tarrant penetró, fusil en manos, a las mezquitas donde un grupo de musulmanes estaba rezando y disparó a mansalva contra los hombres y mujeres que encontró en su camino, como si se tratara de un videojuego en donde gana quien mata más.
El individuo, un hombre blanco de 28 años, llevaba una cámara GoPro con la cual transmitió en vivo a través de Facebook su “gran hazaña”.
Como todo desquiciado, este “hombre” estaba convencido de que hacía lo correcto.
De hecho, cuando fue apresado no mostró ningún síntoma de arrepentimiento, y se ha negado a tener una defensa por su atrocidad.
El individuo se autodefine como fascista, partidario de la teoría de la supremacía blanca, especialmente del blanco europeo con el cual se identifica este monstruo.
Desde aquí, quisiera levantar mi voz y lanzar un grito que se escuche allá en el Pacífico y manifestar mi rechazo visceral a este y a todo tipo de acto terrorista, así como mi solidaridad con los familiares de las víctimas, pues creo que todo crimen, cualquier abuso contra un solo hombre es un atentado contra toda la humanidad. Por eso me duele como si hubiera ocurrido en mi barrio.
Y pienso que debemos prestar atención a lo ocurrido, porque aquí, como en muchos otros países del mundo, hay gente que se dedica a la siembra de odio, a promover el racismo y la xenofobia.
Por ejemplo, aquí hay grupos que entienden que los militares de la frontera son unos flojos porque no disparan a matar a todo el haitiano que intenta entrar indocumentado a nuestro territorio. Gente que se entusiasma y aplaude cuando hay sangre.
La experiencia de Hitler en Alemania demostró hasta dónde puede calar una propaganda malsana, hasta dónde es maleable la mente humana.
Por eso creo que desde la familia, los partidos, las iglesias, la academia, el Estado y, sobre todo, los medios debemos estar alerta para no servir de cajas de resonancia a cierto tipo de propaganda neonazis disfrazada de nacionalismo.
Que aquí los tenemos.
Los dominicanos debemos estar ojo avizor para que un monstruo como el de Nueva Zelanda no llegue a incubarse entre nosotros. Las autoridades tampoco deben ser displicente ante quienes en el fondo desean tener su propio Joseph Goebbels, y frente a aquella parte de la sociedad que por ignorancia ve en lo diferente, en lo extraño, en el haitiano indocumentado la causa de todos sus males.
Estamos a tiempo de evitar una cosecha de tempestades, como lamentablemente acaba de ocurrir en la apacible Nueva Zelanda.